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domingo, 4 de junio de 2017

¿Puede un disco pop cambiar el mundo?

A 50 años de la salida de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, especial de La otra.-radio hoy a medianoche






Seguramente no es el mejor disco de los Beatles pero Sgt. Pepper es el más importante. En una cadena de aciertos artísticos imposible de empatar hasta hoy, los Beatles fueron dando cada paso bien. El grupo de jóvenes encantadores del 63 fue colando canciones preciosas mientras se constituían rápidamente en global trending topic o como se dijera en ese entonces. Fue un momento especial de la historia: después del horror de Auschwitz e Hiroshima pareció que era posible volver a sonreír. Nos quedamos viendo en la ventana aquel amor que fue tan fuerte.

La operación cultural que llevaron a cabo todavía sorprende. Tomaron una tradición por entonces muy reciente, pero que ya pertenecía a otra era: esperaban la música de los artistas negros que venía despreciada desde América, el rock and roll y el rythm and blues. Le pusieron un poco de old fashion vaudeville, la dotaron de frescura juvenil y alegría irresistible. Y pusieron a andar la máquina de hace canciones infalibles. Asestaron un golpe tras otro, hasta lo inverosímil. Cada disco avanzó varios pasos desafiantes hacia lo inaudito. Si A Hard Day's Night cautivó al mundo, su alegría inicial se fue enrareciendo. ¿Cuánto hambre de poder hay que tener o de cuánta gracia hay que disponer para, desde la cima del pop, empezar a deformar en Rubber Soul, como se deja ver desde la tapa, o dar ese paso desconcertante y definitivamente subversivo de Revolver, su auténtica declaración de guerra?

Pero la salida de Sgt. Pepper, hace justo 50 años, fue su Toma de la Bastilla y la Bastilla eran los tocadiscos del globo terráqueo. Sencillamente todos estaban esperando el disco y cuando apareció la música salía de cada casa. A esa altura, John, Paul, George y Ringo estaban un poco hartos de ser los Beatles. Ya en 1964, cuando desembarcan en los Estados Unidos de América y logran su rendición incondicional, un periodista les pregunta cuál es la fórmula para provocar semejante arrollamiento en las masas. John en modo Groucho contesta: "Si lo supiéramos, formaríamos otro grupo y seríamos sus managers". En cierta forma eso fue lo que intentaron tres años después en Sgt. Pepper: jugar a ser los managers de otros cuatro, no tan fabulosos. El resultado es decididamente freak, incluso para sus propios estándares. Un show de la banda del club de los corazones solitarios del Sargento Pimienta (salt and pepper), cadena de significantes que coquetea con el nonsense y el camp. Carrousel maníaco, lleno de galimatías, interferencias y tonadillas demodés. Después de zarandear a su audiencia con vaivenes entre la comedia, el melodrama familiar y una excursión por la India, la banda cierra el show como lo había abierto. 

Una vez calmada la histeria, para los bises, pelan la canción más increíble jamás compuesta, perfecta por donde se la escuche. "A day in the life", genial desde la simplicidad engañosa del título. A esa altura del concierto, ellos se despojaron de sus disfraces, salen a cara lavada y empiezan a cantar esa balada midtempo en la que John con desapego emotivo, ni triste ni alegre, lee las noticias del periódico: un tipo se mata y la gente se junta a mirarlo, una película en la que el ejército inglés gana la guerra, una ocurrencia macedoniana (cuántos agujeros hacen falta para llenar el Albert Hall), un trip en ómnibus de Paul y la confesión de sus auténticas intenciones deslizada en un susurro psicodélico: "I love to turn you on...", lo que da lugar al crescendo orquestal más grande jamás tocado. El golpe de orquesta, según las indicaciones que ellos les dieron a sus músicos, debía sostener todo el peso del disco. Y el peso del disco era mucho.



1967 fue un año especial para el mundo y en gran parte eso se debe a Sgt. Pepper. Avant-garde para consumo global, invitación a contrastar la tonta rutina con las posibilidades infinitas de la imaginación al poder. No conformes con semejante cachengue, unos meses antes y unos meses después John da a luz en dos simples sus obras cumbres, no incluidas en el LP: "Strawbery Fields Forever "y "I am the walrus", una cosecha verdaderamente sobrehumana Miles de jóvenes al mismo tiempo entendieron que se trataba de una señal de largada para permitirse cosas que ni siquiera se les habían ocurrido.

Después los Beatles harían todavía discos incluso mejores que Sgt, Pepper pero su horno ya no estaba para bollos. Se astillaron en ocho pedazos en el álbum blanco, filmaron el reality show de su desencuentro (Let it be) y sublimaron sus tensiones autodestructivas en Abbey Road. Y entonces, dream is over.

Hoy a las 12 de la noche en La otra, Radio Gráfica, FM 89,3, online acá o acá, escuchamos, invocamos, evocamos, indagamos cuánto siguen sonando todavía las esquirlas de aquella explosión. Columnista de lujo: Gonzalo Aloras.


2 comentarios:

Marcelo J. Tull dijo...

¿Empezar a deformar con Rubber Soul? Gracias a Dios y que viva la deformación.-

Oscar Cuervo dijo...

Me parece que no entendiste la frase.