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jueves, 16 de febrero de 2017

Fassbinder no descansa ni estando muerto

La angustia corroe el alma - Los cines posibles - Sábado a las 19:39 - Alvarez Thomas 1093


Justo en la semana 7 de Los cines posibles *, cuando le toca a Fassbinder, nos llega desde Alemania esta noticia: "Lucha de clases en la pantalla chica". La miniserie Ocho horas no hacen un día, que Fassbinder filmó en 1972 a los 27 años, cuando ya tenía en su haber 15 largometrajes, se convirtió en el gran acontecimiento cinéfilo de esta edición del Festival de Berlín. Se acaba de presentar una versión remasterizada de la serie con 5 capítulos de 90 minutos cada uno, originalmente filmados en 16 mm para televisión.

Por aquel tiempo, la cadena Westdeutscher Rundfunk le encargó el programa al joven cineasta, que venía del teatro de vanguardia y la agitación política, y que había causado revuelo en los festivales con su estilo revulsivo y desconcertante. El proyecto formó parte del ciclo de Familienseries, melodramas populares que se exhibían en la tele en horario central. Fassbinder aceptó la oferta e hizo, con su clan de actores favoritos, una comedia centrada en personajes obreros. Lo que arranca como un romance entre un obrero metalúrgico y una empleada de oficina (Gottfried John y Hanna Schygulla), apelando a los enredos de rigor para este tipo programas populares, se va poblando, a medida que los capítulos avanzan, de los conflictos que a Fassbinder le interesaba contrabandear para llegar a públicos masivos: la explotación de los trabajadores, la opresión de la mujer, la discriminación de los inmigrantes y las personas mayores y las posibilidades de todos ellos de rebelarse. Fassbinder estaba pensando en conectar sus inquietudes políticas y personales (él nunca separó estos dos planos) con las audiencias populares.


Admiraba del cine norteamericano su capacidad de plantear una visión ideológica para públicos muy amplios, aunque deploraba la orientación política capitalista, machista y chauvinista que predominaba en el cine hollywoodense. Parece que en el quinto capítulo de Ocho horas no hacen un día le dedicó una secuencia entera a una discusión de los trabajdores sobre la teoría marxista de la plusvalía. Esto le habrá parecido demasiado a la Westdeutscher Rundfunk, porque el ciclo fue cancelado en ese quinto capítulo, cuando en realidad estaban previstos ocho.


La noticia es feliz, porque significa que aún hay mucho Fassbinder por delante, pero a la vez los detalles de este proyecto olvidado por décadas confirman lo que sabíamos de Fassbinder: su inventiva genial, su audacia, su capacidad productiva, su lucidez política. Después de su muerte en 1982, cuando tenía solamente 37 años y más de 40 largometrajes, no apareció otro cineasta capaz de abarcar todos los frentes en los que Fassbinder descolló. Una singularidad irrepetible, su cine sigue estando ahí, a tiro de ser descubierto, señalando futuros posibles que desde entonces no fueron transitados. Su inconformismo radical  lo llevó a crear no un estilo, sino varios: hay cuatro o cinco quiebres estilísticos en su obra, en los que, una vez que lograba plasmar un par de obras maestras, barajaba y daba de nuevo, volviéndose a preguntar qué puede el cine, respondiendo con películas memorables, intensas, perturbadoras. Cuando la muerte lo frenó ya se había hecho famosa una frase suya: Ya dormiré cuando esté muerto. En la cama en la que lo encontraron, su cuerpo atiborrado de alcohol, cocaína y pastillas, estaba rodeado por los papeles de varios proyectos en ciernes, el más inmediato se llamaba Yo soy la felicidad del mundo. Todavía estaba en proceso de edición Querelle, basada en la novela de Jean Jenet, que anunciaba un nuevo giro en sus planteos estéticos.

Nuestro ciclo de verano se titula Los cines posibles porque queremos demostrar con películas que no hay una única esencia del cine, sino varios caminos posibles, algunos de ellos apenas explorados por las películas realmente existentes. Ahora que lo pienso, este ciclo podría haber constado solamente de películas de Fassbinder. Por la cantidad de obras maestras tan distintas unas de otras que el nos dejó: Katzelmacher no se parece a Río das mortes, y ninguna de ambas a Reclutas en Ingolstadt, ni a El por qué de la locura del señor R, ni a Las amargas lágrimas de Petra von Kant, ni a Martha, ni a Alemania en otoño, ni a Lola, ni a En un año con trece lunas ni a El anhelo de Veronika Voss... Creanmé que todas ellas podrían haber estado para presentar una versión lograda de un tipo de cine distinto, y por las que nombré hay otras tan buenas o mejores. Si alguna vez me obligaran a reducir la enorme lista de todos los cineastas de la historia a solo cuatro, no tengo dudas de que uno de ellos sería Fassbinder.


Ahora pasemos a la película que vamos a ver este sábado:

La angustia corroe el alma (Angst essen Seele auf, 1973) es uno de sus films más bellos, contundentes, precisos, accesibles, cálidos y tristes de toda su obra. Por su temática y su simplicidad formal parece estar muy cerca de las preocupaciones que lo llevaron a hacer la ahora redecubierta Ocho horas no hacen un día. Al momento de filmarla, Fassbinder ya era una personality en la cinematografía europea, con títulos como Katzelmacher (donde por primer vez abordaba el tema de los inmigrantes en Alemania), El mercader de las cuatro estaciones, y la también genial Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, aunque era más apreciado por la critica y los festivales que por el gran público de su país.

A fines de los 60 Fassbinder había descubierto la obra de Douglas Sirk, nacido en Hamburgo como Detlef Sierck, criado en Dinamarca y luego emigrado a Hollywood, donde desarrolló el género del melodrama con un estilo personalísimo, con estrellas como Rock Hudson, Lauren Bacall, Lana Turner o Jane Wyman, que en los puritanos años 50 lograron sugerir un subtexto de crítica corrosiva al american dream


Fassbinder estaba deslumbrado por la complejidad escondida en la aparente simpleza de la obra de Sirk, por lo que decidió hacer una serie de films a los que llamó "melodramas distanciados". Al igual que su admirado director, pero con otros recursos escénicos, más realista y más crudo, dirige una mirada muy ácida contra su propia sociedad. No parodia el melodrama, sino se reapropia de alguno de sus mecanismos y motivos argumentales, para hacer una intervención política sobre su contemporaneidad, no para simplemente "celebrar el género". El más sirkeano de todos sus film es La angustia corroe el alma, una versión libre de All heavens allows (Sirk, 1955), mixturada con la crítica del racismo que Sirk había planteado en Imitation of life (1959). De las fuentes sirkeanas queda el motivo argumental, el subtexto político y la intención popular. Fassbinder es políticamente más radical y estéticamente más realista.

La angustia corroe el alma es una de las mejores películas de uno de los mayores cineastas de todos los tiempos: es decir: una obra imprescindible.

La vemos y la debatimos este sábado a las 19:30 en Red Colegiales, Alvarez Thomas 1093. Comienzo puntual.

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