lunes, 4 de agosto de 2014

Rara

Juana Molina en Vorterix, 1 de agosto de 2014

Fotos: Angel Hadziconstanti

Tengo tanto sueño
ganas de hacer nada
lo de él me ha dejado
rara
rara.

Paso horas mirando
por la ventana
el tiempo va pasando y yo no hago nada
nada.

¿Qué hacer?
¿Qué hacer?
¿Qué hacer?

Cuando viajo para casa en colectivo
no tengo nada en qué pensar
y si acaso veo un auto igual al suyo
yo me pregunto donde está.

Al llegar, disimulando miro el piso
con la esperanza de encontrar
una carta que me diga donde vive
que vaya para allá.

¿Qué hacer?
¿Qué hacer?
¿Qué hacer?

El viernes pasado en Vorterix Juana Molina dio otro recital de calidad extraordinaria, acompañada de dos muy buenos músicos, Odín Schwartz (teclados, guitarras, bajo y voz) y Diego López de Arcaute (batería y percusión). Quizás el espacio de Vorterix haya ayudado a que fuera el recital más caliente que yo recuerde de Juana desde que empecé a verla, quizá se deba a que finalmente el público porteño le haya cazado la onda. O puede ser que contribuya a esa calentura el giro rockero que tomó Juana a partir de la incorporación de la guitarra eléctrica a la espina dorsal de su música.

Fotos mías

La cosa es que en un momento del recital se queda sola con su nueva guitarrita y hace un set de voz y guitarra, sin sus compañeros de banda y sin apelar a los ya proverbiales loops. Aparecen las canciones desnuditas, con sencillez mininal. Y ahí rescata esta joya de su primer disco, Rara, aparecido en 1996. En aquel entonces el disco había sido recibido con incomprensión por la crítica y el público, porque todo el mundo quería a Juana cómica y nadie esperaba a Juana música. La producción artística la había asumido Gustavo Santaolalla. Es imaginable que en  medio de los 90 y con el productor que signó el sonido del rock argentino de esa década, la música de Juana apareciera como un evento anómalo. Con los años ella ganó la pulseada a fuerza de tozudez y de confianza en lo que pocos advirtieron inmediatamente. Ella es una de las grandes músicas argentinas, para mí la mejor música argentina de esta época (e incluyo en esta consideración a hombres y mujeres músic@s). Me da la impresión de que ya lo debo haber dicho o escrito: Juana hace pie en una tradición ovni: su precursor es el rarísimo Eduardo Mateo. Y desde ese monolito ella se proyecta hacia el sonido del siglo XXI y más allá al infinito. Por eso es que en 1996 todavía era demasiado pronto para ella.

Dibujo de tapa de Rara

Pero escuchen esta maravillosa canción de su primer disco. Una canción de amor donde él aparece como fuera de foco, y ella llena de perplejidad e incertidumbre. Un humor suave y esquivo. Las pocas palabras, muy sugerentes, puestas en el lugar justo. Y una melodía exquisita, con esa voz que la piel de su arte. Una joya.


El viernes la cantó, como decía. Pero en medio de la canción se escucha un barullo entre el público. Una chica se había desmayado. Algunos gritos confusos. Juana trata de enteder qué pasa, para la canción y pregunta. Le dicen: "una chica se descompuso". Juana lo piensa unos segundos y retoma el ritmo de la guitarra, pero ahora la canción ya no habla del chico de la versión original, sino que pregunta por cómo está la chica y lo incómoda que se siente ella cantando mientras tanto, sin saber qué pasa. Alguien del público le responde tranquilizándola. La canción mutó en otra. Creo que solo vi a otro artista capaz de enfilar en medio de un show hacia el rumbo incierto que la circunstancia le dicta: y ese otro es Charly García.


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