martes, 26 de noviembre de 2013

28 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Història de la meva mort de Albert Serra


por José Miccio

Acaba de terminar un festival de Mar del Plata que contó con varias películas notables. Algunas se filmaron hace mucho, pero se mueven en el presente con más brío que tantas otras, terminadas apenas ayer. Las copias en 35mm de Salón México, Thérèse, Nazarin, No abras nunca esa puerta, Los desesperados y Los rojos y los blancos bastan para confirmar la cinefilia.

Pero a decir verdad las películas que deciden la memoria del festival son las más recientes. Por fortuna, además del inevitable relleno y el también inevitable respeto por la costumbre y la autoridad hubo en la programación varios títulos apasionantes, algo mucho más decisivo para el ánimo que la urbanidad y la corrección, e incluso que cierta excelencia pobre, como la que mostró esta vez Claire Denis en Les Salauds. Me refiero a las siguientes películas: Le Derrnier des injustes de Claude Lanzmann, At Berkeley de Frederick Wiseman, Fantasmas de la ruta de José Celestino Campusano, Drug War de Johnnie To, L’inconnu du lac de Alain Guiraudie, y las dos de las que quisiera contarles algo: Història de la meva mort de Albert Serra y E agora? Lembra-me de Joaquim Pinto. *

Història de la meva mort o la decadencia de Albert Serra

En Honor de caballería fueron Sancho y el Quijote; en El canto de los pájaros fueron los reyes magos; ahora, en Historia de mi muerte, Albert Serra se mete con Giacomo Casanova y el mismísimo conde Drácula. Siempre en catalán.

Como el atractivo de semejante reunión no tiene chance de ser considerado razón suficiente como para perderse en el goce y el reflujo sensorial que la película propone, lo más conveniente es empezar por decir lo obvio: que cada personaje representa un periodo histórico, o que los dos juntos constituyen el umbral que los une y los separa. Casanova - peluca, barba rala, colorete, lunar falso y movedizo - es el decadente hombre de las luces. Drácula – capa, pelo entrecano, tranquilo andar diurno - la siempre renovada fuerza de los instintos y la irracionalidad. Ilustración y Romanticismo. Pero además de una tesis sobre la Historia o la naturaleza del hombre la película de Serra es un cóctel de monstruos; se mueve cerca de la clase B y de la pintura y las bibliotecas románticas. Como si perteneciera al mismo tiempo al trash y al arte contemporáneo (¿y quién sabe a ciencia cierta la línea de demarcación?) Historia de mi muerte habilita el viaje y el regodeo erudito. Es un film docto y un fumadero.

No quiero renegar de lo obvio. Es absolutamente cierto que se puede hablar de la película como si fuera un tratado de filosofía o una especulación teológica (alguien a la salida del cine la calificó incluso de políticamente reaccionaria); pero también es cierto que la hinchazón conceptual hunde el plano y el deleite en un mar de explicaciones para las que el cine es innecesario; y no basta describir un par de encuadres o decir “travelling” acá, y allá “contrapicado”, para hacer pasar una aplicación más o menos hábil de ideas conocidas por atención a las formas del cine. Del paso de la luz a las sombras y de la crisis del mundo ilustrado sabemos bastante por nuestros habituales canales de divulgación (Wikipedia, la televisión educativa, la universidad). Pero como los versos de Coleridge o la historia del doctor Frankenstein, la película de Serra puede tomar parte de una discusión que va más allá del arte porque propone antes que nada un mundo artísticamente atractivo, que la dota de autoridad; así que antes que los papers y el periodismo petulante la agarren del cogote como Casanova al ganso de su mesa de lujo y hastío, más vale decir de una buena vez que Historia de mi muerte es una película hermosa, iluminada en interiores y exteriores como para que el ojo se pierda en sus superficies vanas y misteriosas, llena de momentos para la antología del ridículo sublime que Serra practica con talento y un poco de espíritu provocador.

Igualmente, conviene señalar que hay otra manera de entender el asunto de las encarnaciones. Casanova recorre buena parte del siglo XVIII y Drácula nace a fines del siglo XIX; pero a decir verdad el vampirismo es contemporáneo de la Ilustración: las baladas que hablan de esas criaturas demoníacas que acechan los poblados rurales circulan al mismo tiempo que la Enciclopedia, aunque lógicamente por canales distintos. (Voltaire – mencionado en la película por Casanova - escribió sobre el tema en su Diccionario filosófico, y fue quizás el que dio origen a la metáfora que asocia al usurero con el chupasangre). Desde este punto de vista, Drácula y el viejo veneciano son encarnaciones tardías de una misma época; y bien puede ocurrir que si el vampiro sucede al racionalista no es solo porque lo destruye desde un exterior absoluto - rural, oriental, primitivo - sino porque ya está en él. La película de Serra no tiene por qué ser vista como la exposición extravagante de dos espíritus opuestos y completamente desvinculados; puede ser vista también como un parto, en el mismo sentido en que decimos que cierto tiempo engendra en su interior el tiempo que lo sucederá. La diferencia es que en lugar de dar a luz Casanova da a tinieblas, y como es sabido las tinieblas solo engendran hijos parecidos a sus padres. Drácula no es un mal productivo ni una astucia. Muerde y hace vampiros. Fin de la historia.

Venga Drácula de afuera o nazca del mismo corazón racionalista que lo tiene como Otro, Historia de mi muerte trata siempre de los contrarios, por lo que una adecuada descripción de la película – que sabrá realizar mejor quien la repase – tendrá que asumir en algún momento la forma comparativa. Hay un largo y hermoso travelling por el bosque rumano que funciona como pasaje y divide con claridad lo que está antes de lo que viene después. Anoto algunos contrastes.

• Casanova y Drácula coinciden en su aversión al cristianismo, pero sus motivos son distintos. En Casanova, el racionalismo ilustrado al que rinde homenaje y ofrece un rostro deformado y terminal. En Drácula, el malditismo romántico propio de todas las criaturas que desafían las leyes de Dios.

• En ambos se hace manifiesta una crisis de autoridad de enorme alcance. Casanova anuncia dos veces una revolución que hará rodar cabezas; pero a decir verdad el cambio histórico y político que presagia es para la película menos importante que el desafío metafísico que plantea Drácula al hacer que las hijas renieguen del padre, y que una de ellas lo azote. En la violación de la autoridad familiar queda al descubierto el Mal posible, que se queda con la película entera. Los gritos malvadamente ridículos de Drácula tienen contra la risa decadente de Casanova la fuerza de lo que siempre crece.

• También intensa es la oposición entre ciudad y campo. La primera hora, en el ámbito social de Casanova, abunda en señales de refinamiento cultural, cierto que por demás atrofiado. El pequeño y hermoso prólogo es una velada sensualista y cortesana: vino, comida, música, coqueteo y conversación sobre poesía. En el campo rumano la granja toma el lugar del palacio, y por estricta lógica además del consumo aparece la producción, representada en una breve e importante escena de cuidado de chanchos.

• El campo trae también una austeridad que no existe en palacio. La habitación del padre de las jóvenes que Drácula terminará poseyendo - toda en madera, con un crucifijo enorme y rústico - contrasta con la abundancia de muebles y comida de Casanova.

• Otra cosa que llega con el campo es una cultura ligada a la tierra, completamente ajena a las máquinas – de escribir y de sexo - de las que habla admirativamente Casanova. Esta cultura rural se expresa en una ceremonia de sacrificio de buey, opuesta a la ceremonia de sociabilidad cortesana con la que comienza la película.

• También las relaciones de dominio se modifican. La servidumbre (un vínculo de desigualdad histórico, que tal vez la Revolución deponga) se convierte en los Cárpatos en posesión (un vínculo de desigualdad teológico, que solo un Combatiente Celestial podría disolver).

• Ligados a Casanova aparecen un poeta inexperto y un criado aficionado al juego (que lo acompaña en su viaje a las tierras rumanas). Ligadas a Drácula, tres bellas jóvenes prontamente convertidas en vampiresas.

• El conocimiento no queda libre de contrastes. La ciencia que permite la fabricación de máquinas tiene su contracara en la alquimia que convierte la mierda en oro.

• En palacio todas las percepciones pasan por el arte, la cosmética y la cultura decorativa. En Rumania Casanova le dice al criado: “Esta es la realidad, la presencia de la sangre”.

• Podríamos especular también con la procedencia cultural de los personajes. Casanova es una figura de la elite: un hombre fino, erudito, ex funcionario de una república desarrolladísima, ligado siempre a la escritura. Por el contrario, Drácula nace y circula en el ámbito de la cultura popular; cuando Stoker publica su historia, el vampiro – hijo de la leyenda oral que en el libro aparece rodeado de escrituras que no pueden explicarlo, del diario íntimo al informe psiquiátrico, del contrato de propiedad a la epístola - era ya una criatura fatigada por baladas, folletines, cuentos y obras teatrales. Habría que ver si esta diferencia conduce a algún lugar.

La preocupación por establecer contrastes dota de unidad a una película que muy fácilmente podría deshacerse en su propio movimiento. No ocurre así (yo diría: lamentablemente), y quizás a la decisión de permanecer dentro de una coherencia global un poco por demás enérgica se deba la relativa pérdida de intensidad de la última media hora, que es casualmente en la que suceden más cosas. Es comprensible que Casanova no pueda sobrevivir a Drácula; pero que la película no pueda sobrevivir a Casanova es tema de conversación, aun cuando su título aluda a Historia de mi vida y por lo tanto señale al veneciano como centro de atracción principal.

¿No podría haber durado cuatro horas Historia de mi muerte?

Vuelvo por un segundo a los contrastes. Más allá de los pares que lo componen- ciudad y campo, interior y exterior, traje color crema y capa negra, ciencia y alquimia - el sistema entero de oposiciones resulta sensualmente apabullante. Imagino que Serra no aceptaría una reducción o un debilitamiento de la riqueza conceptual de su película, pero no es aventurado decir que trabaja como un esteta enamorado de la decadencia y de la luz, y que ahí reside principalmente su valor.


Hago ahora un intervalo decadentista.

He aquí un bonito léxico, incompleto pero (quiero creer) ilustrativo, que tomo de autores tan apasionantes como Huysmans, Darío, Mirbau, Asunción Silva y Remy de Gourmont (puede que también de Lugones). Ahí va, un poco al voleo. Abominación, clorosis, pelagra, anemia, carcoma, histeria, nervioso, hedonista, luctuaria, fétido, lóbrego, ruinoso, bizarro, anormal, pálido, lánguido, acongojado, mortecino, níveo, lívido, estertor, fumista, neurastenia, hipnosis, magnetismo, fuliginoso, pústula, tumor, gangrena, hematoma, éter, opio, mefítico, cerúleo, tremolante, melancolía, eteromanía, solfanol, bromuro, mórbido, letargia, sonambulismo, absintio, enfermizo, refinado, exquisito, tedio, retorcido, perverso, depravado, venal, turgescencia, ignominioso, purulento, excremencial, lúbrico, vicio, aberración, sepulcro, emoliente, voluptuosidad, ignominia, impío, pérfido, concupiscencia, perturbador, enajenado, delicuescente, abyecto, infecto, neurastenia, prognata, deletéreo, lúgubre, glauco, spleen.

No todas las palabras dicen presente a la hora de describir Història de la meva mort, pero en cierto punto la película de Serra se mueve en el ámbito del goce y la perversión propio de los decadentes. Su primera hora, siempre en el lugar de Casanova, es de un memorable esteticismo; no se percibe nada que no declare con esmero su artificialidad. Los muebles, la comida, la ropa, el maquillaje y el muy importante plano de la mujer que abre los ojos dentro de una pintura hablan de esa sobrecarga de las formas que conduce simultáneamente al refinamiento y la morbosidad.

Casanova - viejo y desatado de todo compromiso - vive comiendo uvas y granadas, conversando en interiores, leyendo y escribiendo su vida, definitivamente retirado de la actividad pública. Serra es más seco con él que Fellini, que lo despreciaba pero lo compadecía. El polvo más triste de la historia del cine es el que tiene Casanova con la muñeca en la obra maestra del italiano; el polvo más ridículo debe ser uno filmado por Verhoeven, pero el que tiene el Casanova de Serra en Rumania – con un balanceo feo y monótono que termina contra un vidrio - puede reclamar con todo derecho un lugar en los florilegios de sexo bizarro.

Fin del intervalo.


Lo que el Casanova serrano comparte con los decadentes – además de algún brulote de libertino, como burlarse de la cruz - es el gusto por las superficies, la pose y el regodeo en los sentidos y la inteligencia; puede pasar minutos acariciando un libro, comiendo fruta o imaginando una enciclopedia de quesos ordenada según criterios lingüísticos; incluso puede pasar minutos cagando. Pero para Serra la de Casanova es una decadencia sin heroicidad ni gloria negativa; de ahí que no sea un personaje como los de la literatura de fines del siglo XIX, atormentados por aspiraciones enormes y una voluntad proteica y desconcentrada que los lleva a cambiar de objetivo pero no a renunciar al absoluto de sus impulsos, de los cuales el hastío es uno más.

El decadentismo no es el lugar desde el que Serra filma sino el lugar en el que Casanova sobrevive. Quiero decir, lo que parece interesarle a Serra del decadentismo no son sus ideas sino su teatralidad, y sobre todo su interés por promover estados turbios. Letargia, embriaguez, modorra, delectación: he aquí lo que Historia de mi muerte invita a disfrutar mientras el Mal se queda con todo.

* (En un post de inminente aparición José Miccio comenta E agora? Lembra-me de Joaquim Pinto).

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