jueves, 19 de septiembre de 2013

Fogwill

María Moreno, En otro orden de cosas. Jornadas Fogwill


por Alejandro Ricagno

Colmada la sala de de la Casa del escritor De la Biblioteca Nacional, pese a lo temprano que empiezan los encuentros, siguen hasta mañana, las imperdibles Jornadas Fogwill.

Ayer, durante la segunda jornada hubo, entre otras, una muy buena intervención de Maria Pía López, analizando el marxismo del Fogwill sociólogo y los usos y críticas del escritor en el campo de las ciencias sociales hacia y desde su literatura; un emocionante e hipnótico paseo fotográfico por el Archivo Fogwill, a cargo de Verónica Rossi -amiga de Vera Fogwill, curadora y cuidadosa arqueóloga de papeles, libros, anotaciones, contratos y fotos- que nos permitió asomarnos al verdadero orden (del desorden) de la cosas Fogwill; y finalmente un mesa sobre el Fogwill que aparece en las intervenciones públicas y periodísticas, en la que participaron Juan Ignacio Boido, Juan Pablo Liefeld (más conocido como Elsa Kalish, de la revista digital El interpretador, en una perfomance casi cataléptica de abstención nicotinica), Maximiliano Tomás y Diego Erlan. La crónica de estas mesas y la de la jornadas anteriores pronto aquí en La otra. (Déjenme descansar mi cabeza del brainstorm de ideas, relaciones, acciones, reacciones y recuerdos a los que fui sometido en estos días intensos de la jornadas).

El programa de mañana promete:

16:00 hs. | Proyección: Fragmentos de Obra en construcción, Hemisferio derecho y Retratos de perfil de frente y del alma.
16:15 a 18:00 hs. | Sobre el arte de la novela
- Graciela Speranza: “Fogwill en Las Vegas: La experiencia sensible”
- Carlos Gamerro: “La guerra de las ficciones: Fogwill vs. la junta militar”
- Cecilia Szperling: “Escuela de sueños”
- Alan Pauls: “Actualización de Volkswagen especialmente creada para el mercado asiático y el mundo socialista”
18:00 a 18:30 hs. | Lectura: Selva Almada + Sebastián Pandolfelli. Leerán “Camino, campo, lo que sucede, gente” y “La larga risa de todos estos años”.
19:00 a 20:00 hs. | Editar a Fogwill
- Daniel Divinsky: “Cuando F. se llamaba Rodolfo y era un cabrón”
- Luis Chitarroni: “El primer tenor punk”
Cierre + Proyección de fragmentos de El secreto.

Una joyita para los lectores de La otra: un extracto del brillante texto que María Moreno leyó en la jornada inaugural y que nos nos cedió gentilmente para el blog:

Fogwill 

Hacia el final de la novela El día feliz de Charlie Feiling , Sergio Bizzio y Daniel Guebel le hacen pronunciar al personaje que hacía del amigo muerto años atrás una enumeración de las distintas formas de muerte: el intento de trazar el retrato literario de un muerto, el olvido y una última en la que los interpela: “para un escritor saber que, cuando muera, cada una de sus frases va a ser suprimida, saber que cuando ustedes escriban esta historia, toda palabra que me atribuyan no la habré escrito yo”. 
En este réquiem ejemplar me autorizo para no intentar aquí imaginar lo que Fogwill hubiera dicho de estas jornadas, de todos los que formamos parte de esta mesa, de mí misma, a la que llamó con diversos grados de simpatía bélica “policía, empleada, tortillera y lacaneana”, designaciones que no son injuriosas en sí pero sí en el mercado de valores de Fogwill.
Pero ojo. Había en Fogwill una pedagogía por el agravio. Fogwill se oponía a la legalización del aborto , de las drogas y  del matrimonio gay,  pero no por simple golpe de efecto. En sus coqueteos fascistoides o en sus slogans reaccionarios había siempre un punto de razón, cuando no el síntoma de un duelo patológico por la revolución (un trotskista lo es para siempre). Sus mejores libelos fueron los del principio de la democracia, cuando les exigía a las buenas conciencias que se hicieran cargo de la complejidad de sus actos –sus efectos– en lugar de autoembelesarse en el conformismo de hacer con ellos meros ruido de ciudadanía.
En los años postdictadura la denegación de toda violencia alcanzó las zonas más banales y los dichos de Fogwill solían jaquear un campo cultural en donde primaban las buenas maneras y sólo se agraviaba a quien no tenía el poder de ponerle una calificación en un examen, invitar a un congreso o negar una promoción: cuanto más timorato era el humillado, más parecía gozar del agravio con risas que se adelantaban al guantazo, como si el guantazo en lugar de interpelar fuera el fruto de un modo de ser (Fogwill) , orgasmos masoquistas por la certeza de que, en el atacante, el ataque era una forma de reconocimiento (¡y la mayoría de las veces no era así!). Cuanto más Fogwill defenestrara un lugar, una persona, más posibilidades tenía de que el  lugar le abriera sus puertas, de que la persona se sometiera a su servidumbre: como publicista él sabía que las razones eran varias, todas a su favor: si el humillado devolvía bien por mal era: 1) para evitar un agravio mayor; 2) para dandyar fingiendo que no le importaba; 3) para hacer uso de la marca  Fogwill.
Imágenes de Fogwill
Primera. Me despierto aturdida, con la cabeza apoyada en algo blanco. Deduzco que estoy en la cama. Veo a Fogwill a dos centímetros de mí –casi puedo sentir su aliento–. Me mira con horror. No he salido del sueño pero la vigilia que se avecina me trae una alarma en dos décimas de segundos: me he acostado con Fogwil y eso a Fogwill le horroriza. Levanto la cabeza con estupefacción y bronca. Fogwill me muestra el reloj que tiene en la mano y me grita pálido ¡epilepsia!
Reconstrucción de los hechos. Fogwill y yo estamos sentados en una mesa del bar La Paz . Él me lee un artículo de El país que describe una ceremonia de infibulación en África (lo reproduzco porqué recuperé el artículo en Internet): “Sientan a la niña desnuda, en un taburete bajo, inmovilizada al menos por tres mujeres. Una de ellas le rodea fuertemente el pecho con los brazos; las otras dos la obligan a mantener los muslos separados, para que la vulva quede completamente expuesta. Entonces, la anciana toma la navaja de afeitar y extirpa el clítoris”.
Imposto una sonrisa de indignación militante. “A continuación –dice Fogwill­–viene la infibulación: la anciana practica un corte a lo largo del labio menor y luego elimina…”, me zumban los oídos , se me nubla la vista,  oigo entrecortadamente “la carne del interior del labio mayor…”.
No puedo hablar, levanto la mano para que Fogwill se detenga, pero sólo parezco estar haciendo el saludo nazi. “Luego la anciana asegura la unión de los labios mayores mediante espinas de acacia, que perforan el labio y…  apagón. Fogwill me había tomado el tiempo de cinco minutos de desmayo y había apoyado su cara junto a la mía volcada sobre el mantel.
Segunda imagen. Visito a Fogwill. Me muestra un bebé metido en la bañadera. Está sentado y se aferra con una mano al borde. Fogwill le dice "cuidado feto, que si no te agarrás, voy y te ahogo”. El bebé se mata de risa.
Tercera imagen. Mi empleada doméstica correntina trabaja en lo de Fogwill, que le canta y le regala grabaciones de polkas y chamamés, le pregunta sobre su vida,  los dos comparten recetas de chipá y discuten sobre las ventajas y desventajas de vivir en Florencio Varela, lugar que él parece conocer como un vecino. Un día, preocupada por mis propias finanzas, y quizás envidiosa, mientras le pago, le pregunto cuánto le cobra a Fogwill. Me contesta: “Ah no, a Quique no le cobro. Es un escritor”.
Pedagogía por el agravio. En la primer escena Fogwill le muestra a una feminista porteña la situación de la mujer en el tercer mundo y, al mismo tiempo, le hace constatar su cobardía política al no soportar un relato acerca del sufrimiento de una mujer y, al mismo tiempo, le hace probar mediante el relato una pizca de castración .
En la segunda escena le enseña al bebé lo que es una ficción. Lo indican su tono , el hecho de que el bebé sepa como parece saberlo, que su padre, lejos de amenazarlo, lo está cuidando. Además, buen nadador, le enseña una responsabilidad sobre el dominio del agua, su técnica, mantener la cabeza afuera, permanecer sentado, sostenido por la mano que aún no sabe bracear.
En la tercera escena, lo que parece una explotación es un intercambio que se da fuera de las tareas domésticas: el reconocimiento de saberes que se pueden conversar en paridad con quien está en el lugar del superior jerárquico.
María Moreno



Lectura de Rodolfo Fogwill en el XVI Festival de Poesía de Rosario - 2008. Fuente: FIPR2013

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