todos estamos igual

miércoles, 21 de marzo de 2012

Ahora que se fue Roger Waters (y su playback), nos quedamos con Syd Barrett


SYD BARRETT
RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE
por Diego Valente *

Líder desbordado del primer Pink Floyd, el mito detrás de Syd Barrett quiso que hagamos foco en sus problemas psíquicos y olvidemos su música. Esta nota busca volver a las canciones de Barrett, un artista mil veces citado y muy pocas escuchado.

El primer gran enigma del rock inglés. A través del tiempo, Syd Barrett entró casi inevitablemente en el terreno del mito. Son muchos los elementos que ayudaron a esta construcción mitológica en torno al líder fundador de Pink Floyd: su extraño comportamiento y su imagen estrafalaria, su relación con los alucinógenos, su tan vanguardista como fugaz paso por la música y el continuo tributo que le rindieron los integrantes de Pink Floyd (especialmente Roger Waters, de hecho puede decirse que en cada álbum de Pink Floyd comandado por Waters hay alguna referencia a Barrett). Pero por sobre todo, claro, está el hecho de que Syd se haya vuelto loco y haya optado, desde más o menos 1973 hasta el presente, por el silencio **; recluyéndose en el sótano de su casa materna en Cambridge. “Me estoy acostumbrando a una vida familiar. Nada excitante. Trabajo en un subsuelo, ahí abajo. Básicamente pinto. Fui educado para pintor y debería haber pasado más tiempo haciendo eso.” Declaró Barrett acerca de su nueva vida. El encierro abriría el mito. En un ambiente como el rockero, donde la exposición constante es la norma, que una figura reconocida de un paso al costado es un hecho que nunca pasa desapercibido.

Según el autor francés Roland Barthes, el mito termina por naturalizar los hechos históricos sobre los que actúa, los digiere, los asimila. Creo que en el caso de Barrett esto se ve con claridad en la forma en que la gran mayoría de los críticos de rock lo encasillaron: como un resultado típico de la psicodelia lisérgica de los 60s que sólo cumplió la función de inspirador de las obras claves que Pink Floyd realizaría en los 70s. Por supuesto, algo queda inevitablemente excluido, olvidado detrás de este proceso: es, paradójicamente, lo que más debería recordarse: los temas que Barrett compuso entre el 66 y el 71. En efecto, se habla mucho de la locura de Syd, de sus desequilibradas anécdotas y poco de sus canciones. Y, sin embargo, hay muchas de ellas esperando ser descubiertas y causar conmoción. Tal como lo hicieron en algunos de sus alumnos más talentosos, como los propios Floyds o los grupos que en los 90s retomaron el sendero que Syd empezó a trazar: The Charlatans, The Stone Roses o Primal Scream, entre otros.

Nacido en Cambrindge, Inglaterra, en Enero de 1946. Barrett estudió Bellas Artes, hasta que conoció a Rogers Waters, Rick Wright y Nick Mason con quienes fundó Pink Floyd . Acerca de sus compañeros, observó Barrett en 1971: “Su chance para escribir música está íntimamente relacionada con el hecho de que son estudiantes de arquitectura. Gente no muy excitante”. En esos lejanos tiempos puede decirse que comenzó la primera etapa de Barrett como compositor, que abarca un puñado de canciones pop de tres minutos destinadas a ser singles de Pink Floyd allá por 1966. Entre esas tempranas gemas se destacan la controvertida Arnold Layne (que cuenta la historia de un joven que gusta probarse ropas femeninas frente al espejo) y el pop delicado de See Emily Play. Esta etapa se cierra en 1967 cuando Syd vuelca toda su capacidad creativa en The piper at the gates of dawn el fundamental primer álbum de Pink Floyd, pieza clave de la psicodelia inglesa. Aquí las canciones de tres minutos se convierten en composiciones complejas y exigentes. El álbum llevó al límite las posibilidades de su época. Ningún otro grupo, ni siquiera los Beatles (que estaban grabando Sgt. Pepper´s en Abbey Road al mismo tiempo que Floyd grababa su debut) había sonado así antes. El disco en su totalidad puede ser concebido como un largo viaje por el cosmos y por la alucinada mente de Barrett. Se trata de una obra experimental, afiebrada y onírica en la que conviven extrañas memorias de la infancia, historias de gnomos y espantapájaros, alusiones al I Ching, visiones de LSD y relatos sobre el espacio. Con esta placa Syd trazó su firma definitiva sobre diversas generaciones de músicos de rock. Empezando por los propios Floyd: las armonías vocales hacia el final de Bike serian luego una marca registrada del grupo que alcanzarían su mayor expresión en Time (1973), lo mismo ocurre con las largas composiciones en torno al espacio como Interestelar overdrive (para comprobarlo basta con escuchar Echoes de 1971) que reflejan las interminables zapadas que el grupo interpretaba en las noches de clubes londinenses como el UFO. Un ejemplo paradigmático de la relación entre los viajes espaciales y las exploraciones lisérgicas, lo representa Astronomy domine el tema que abre el disco.



Dominio astronómico

Verde claro y lima
una segunda escena
una pelea entre el azul
que una vez conociste.
Flotando el sonido resuena
alrededor de las aguas heladas y subterráneas.
Júpiter y Saturno, Oberon, Miranda
y Titania, Neptuno, Titan.
Las estrellas pueden asustar.

Señales luminosas ondulan, parpadean, parpadean, parpadean
Blam, pow, pow
La escalera asusta a Dan Dare
que esta allí.

Verde claro y lima
el sonido resuena alrededor
de las aguas heladas y subterráneas.

Otro punto a tener en cuenta es que Syd produjo en este álbum una temprana conexión entre el rock y la literatura. De hecho, el extraño título del disco, que podría traducirse como El flautista a las puertas del alba, fue extraído del libro para niños de Kenneth Graham Wind in the Willows. Barrett también desarrolló en The piper su particular sonido de guitarra basado en esos solos distorsionados e hipnóticos, ajenos a todo virtuosismo, con los que creó una escuela. En los 90s buena parte de los jóvenes guitarristas ingleses tomarían clases con The piper at the gates of dawn.

El disco logra gran aceptación de la prensa y es un éxito importante dentro del underground inglés. La consecuencia de este suceso, es una serie de extensas giras que terminan por colapsar el delicado equilibrio mental de Syd, quien se volvía más y más proclive al consumo de ácido lisérgico. Para darle un descanso a su líder, el grupo contrata a David Gilmour, un viejo amigo de Barrett, como segundo guitarrista. Pero el floyd quinteto fue efímero. Syd pasaba la mayor parte del tiempo desconectado de todo y así se tomó la difícil decisión de expulsarlo del grupo. Respecto a su alejamiento de Pink Floyd, Barrett comentó: “Nos separamos y hubo un gran problema. Pero no siento que Pink Floyd fuera un problema aunque tuve imágenes nuestras recorriendo Inglaterra en una camioneta. Imágenes feas…”

En el medio de esta traumática situación, el grupo editó su segundo disco A saucerful of secrets en el que Syd sólo participó como guitarrista en un puñado de temas al tiempo que Rogers Waters tomaba las riendas musicales de Pink Floyd. Sin embargo, la placa esconde un último tema compuesto y cantado por Barrett para el grupo. Se trata de una dramática despedida para sus fans titulada Jugband blues, en la que cambia la guitarra eléctrica por la acústica, anticipando así la tendencia dominante de su carrera solista.



Jugband blues

Es terriblemente considerado de parte de Uds. pensar que estoy aquí
Y yo estoy casi obligado a dejarles en claro que no estoy aquí
Y nunca supe que la luna podía ser tan grande
Y nunca supe que la luna podía ser tan azul
Y te agradezco que hayas tirado mis zapatos viejos
Y me hayas traído aquí vestido de rojo.

Y me pregunto quién podría estar escribiendo esta canción
Y no me importa si el sol no brilla
Y no me importa si nada es mío
Y no me importa si estoy nervioso con vos
Haré mi amor en el invierno.

Y el mar no es verde
Y amo a la reina
Y ¿ Qué es exactamente un sueño?
Y ¿Qué es exactamente una broma?

La tercera etapa de la carrera de Barrett abarca dos álbumes solistas. El primero de ellos salió a la venta en 1970 con el irónico título de The madcap laughs (El lunático ríe) y se trata de un disco caótico, fiel reflejo de la inestabilidad psíquica de su creador. Por momentos Barrett desafina, canta casi dormido (como si para dejar el LSD hubiese recurrido a una montaña de tranquilizantes) y pifia notas en la guitarra, mientras la banda que lo acompaña pierde ocasionalmente el ritmo. Sin embargo, el talento le gana penosamente a la locura y a Barrett le alcanzan un puñado de temas maravillosos para sacar el disco a flote. El sonido del álbum oscila entre las canciones eléctricas que remiten al primer Floyd (como la etérea No good trying o la muy psicodélica No man´s land) y las acústicas, características de su etapa solista que alcanzará su cima en su segundo álbum. Entre esas piezas acústicas hay algunas perlas admirables. Allí están la onírica y colgadísima Golden Hair (donde Syd retoma sus puentes con la literatura basándose en un texto del exigente escritor irlandés James Joyce) o Terrapin la canción que abre el disco y que se convirtió en una de sus melodías más recordadas. Mención aparte merece Long Gone, maravilla que en sólo dos minutos y medio conecta el folk inglés con la psicodelia mediante uno de los estribillos más vanguardistas que un músico hizo jamás. En cuanto a las letras, oscilan entre las imágenes sin sentido, ubicadas de manera inconexa y líneas dolorosamente catárticas como en Late Night (“Dentro mío me siento solo e irreal”).

Syd estaba completamente desbordado por sus problemas psíquicos cuando en 1971 edita Barrett, su último disco. Sin embargo, mediante una cuidada producción el álbum suena mucho más prolijo que The madcap laughs. Esta vez Syd se inclina casi enteramente por el sonido acústico. Acaso porque le era más práctico así. No es difícil imaginarse a un artista atormentado que llegaba al estudio con su guitarra acústica, cerraba los ojos y cantaba como podía. De hecho, existen muchas tomas de la mayoría de los temas ya que Barrett desafinaba o dejaba bruscamente de cantar sin que los técnicos de sonido (y acaso ni siquiera él mismo) supiesen bien por qué. Luego los músicos que lo acompañaban se encargaban de arreglar y ordenar un poco las caóticas interpretaciones de Syd quien no obstante se encontraba en un inquietante pico creativo como compositor. Así lo demuestran la belleza casi naif de canciones como Baby Lemonade o Love song. Es interesante observar que las doce piezas que integran la placa son completamente opuestas a las composiciones de The piper at the gates of dawn. Se trata de temas simples, con letras extrañas pero mucho menos ambiciosas. Barrett conmueve con una música mínima, fragmentaria. Se lo escucha cansado y frágil como si la extraña calma que domina las canciones estuviese todo el tiempo a punto de ser vencida por el silencio (al cual finalmente se entregaría). Un buen reflejo del disco es el tema Dominoes, bellísimo como una leve lluvia otoñal que cubre todo con su exquisita melancolía.

Stars. Entre liderar una banda con ese nombre (con la que llegó a tocar fugazmente en vivo) y un tercer disco solista que nunca llegaría se debatía Barrett hacia 1972. Pero no era él, sino sus antiguos compañeros quienes estaban a punto de volverse megaestrellas con la edición del genial The dark side of the moon (1973), en el que la extraña luz de Syd se filtra por todas partes. Como en Brain damage donde Rogers Waters le canta: “Vos abriste la puerta y tiraste la llave, ahora hay alguien en mi cabeza pero no soy yo”.

* Nota aparecida originalmente en el número 9 de revista La otra, cuya edición se haya completamente agotada.

** Postdata de 2012: Syd Barrett murió el 7 de julio de 2006, un año después de publicada esta nota.

2 comentarios:

furgoner dijo...

hizo playback??

Antonio Jesús Reyes dijo...

Magnífico.
Por eso, me gustaría invitarles a...

www.sydbarrett.es

GRACIAS :D