todos estamos igual

miércoles, 24 de agosto de 2011

La vida otra


por Oscar Cuervo

En este último año se editó (e inmediatamente llegó a mis manos) el libro que se constituye en el testamento filosófico de Michel Foucault: El coraje de la verdad (Buenos Aires, FCE, 2010). Testamento porque se trata de la transcripción del último curso que Foucault dictó durante los meses de febrero y marzo de 1984, pocas semanas antes de su muerte. Y porque a partir del momento en que su obra quedó definitivamente cerrada por su muerte, se abrió a la vez posibilidad de pensar un más allá de su filosofía, que el propio impulso de su pensamiento reclama, que nos reclama.

En mi caso personal, la lectura del libro provocó rápidamente un cambio drástico en mi perspectiva de la filosofía foucaultiana. Mi visión anterior se basaba en las primeras dos fases de su pensamiento: la llamada "etapa arqueológica" y la "etapa genealógica"; conocía sobre todo esta última, muy marcada por Nietzsche, por una cierta lectura de Nietzsche. El Foucault que hace carrera en los círculos de la postmodernidad, el que resuelve el problema de la verdad disolviéndolo en el problema del poder. Una intepretación lineal de Foucault que está abonada en ciertos pasajes suyos que propician esa linealidad, que podría reducirse a proposiciones tales como: "no hay verdad que pueda sostenerse sino desde una posición de poder", que en su versión más degradada se resume así: "Verdad es lo que le conviene al Poder". Y de ahí: cada Poder impone su Verdad; cada época tiene su verdad, y relativismos por el estilo. ¿Es responsable Foucault de estas simplificaciones? ¿Proceden del propio Nietzsche? Creo que en parte sí, pero que ni Foucault ni Nietzsche pueden reducirse a esos slogans tan exitosos y funcionales al neo-liberalismo.

Entendida de esta manera simplista, la noción de "verdad" se reduce a una proposición o un conjunto de proposiciones que se erigen en un saber autorizado por las instituciones de determinada época. No hay noción de verdad que sea más cómoda para el sentido común actual. Pero profundizando en la lectura de Nietzsche y de Foucault es posible advertir que este concepto de verdad entendida como saber consagrado no encuentra un defintivo reposo en ninguno de ambos autores. En Nietzsche yo ya había advertido hace rato la intensa fuerza centrífuga que produce el problema de la verdad en su pensamiento, por más que él se haya jactado penosamente de haberlo resuelto de manera definitiva. Nietzsche no pudo con la verdad.

La incógnita la tenía yo con Foucault, hasta dar con este libro, El coraje de la verdad, que se inscribe en la etapa "ética" de su desarrollo filosófico, la última (denominación, la de "ética", que se presta también a riesgosos equívocos interpretativos). Para decirlo corto: después de leer El coraje de la verdad mi perspectiva de la filosofía de Foucault varió de manera notable: la muerte lo encontró ingresando en una zona de problematización de sus propios supuestos, lo que puede advertirse en los cambios que se registraban de una clase a otra de este último curso que dio. El asunto que ponía en tensión las certezas foucaultianas gira en torno a una antigua palabra griega: la palabra "parrhesía", término que impide una traducción unívoca y que Foucault va siguiendo en sus mutaciones semánticas a través del mundo helénico, helenístico y del cristianismo primitivo.

La parrhesía, tal como se la indaga en El coraje de la verdad, alude a un decir veraz: puede traducirse como "veracidad", pero así se la adjetiviza y se le quita su carácter de obrar. Decir la verdad en la medida en que en ese decir se involucra el cuerpo del que la dice, en la medida en que el decirla demanda un coraje, puesto que el que la dice, dice su verdad íntima y la expone a los demás; y porque al mostrarse en su verdad, el que dice la verdad arriesga el vínculo con aquel o aquellos a los que se dirige. Parrhesía: decir la verdad, tener el coraje de hacerla carne en sí. Al decir la verdad de esta forma, el sujeto (para usar una palabra de gusto foucaultiano) se cuida a sí mismo de un modo inesperado: poniéndose en riesgo. Foucault encuentra en el mundo helénico y en el helenístico dos figuras que encarnan el coraje de la verdad, de vivir en la verdad: Sócrates y los cínicos.

En el manuscrito de la clase que Foucault no llegó a completar (es decir: en sus pensamientos finales), él logró expresar estas ideas de una forma bella y emocionante:

"La parrhesía o, mejor, el juego parresiástico, aparece bajo dos aspectos:

- el coraje de decir la verdad a aquel a quien se quiere ayudar y dirigir en la formación ética de sí mismo, y

- el coraje de manifestar frente a todo y contra todo la verdad sobre sí mismo, mostrarse tal como uno es.

En ese momento aparece el cínico: tiene el coraje insolente de mostrarse tal cual es; tiene la osadía de decir la verdad, y en la crítica que hace de las reglas, convenciones, costumbres y hábitos, al dirigirse con toda desenvoltura y agresividad a los soberanos y los poderosos, invierte y también dramatiza la vida filosófica, las funciones de la parrhesía filosófica. 

Sé bien que al presentar las cosas de este modo, parezco dar al cinismo un lugar esencial en la ética antigua y hacer de él una figura absolutamente central, cuando en realidad no abandona, al menos desde cierto punto de vista, una posición marginal y fronteriza.

De hecho, con el cinismo, quería solamente explorar un límite, uno de los dos límites entre los cuales se despliegan los temas del cuidado de sí y del coraje de la verdad.

Sería mejor, por lo tanto, presentar las cosas así.

La filosofía antigua ligó uno a otro: el principio de cuidado de sí (deber de ocuparse de sí mismo) y la exigencia del coraje de decir, de manifestar la verdad.

En realidad, hubo no pocas maneras diferentes de unir cuidado de sí y coraje de la verdad, y podemos sin duda reconocer dos formas extremas, dos modalidades opuestas y que retoman, cada una a su modo, la epiméleia (cuidado de sí) y la parrhesía socráticas:

- la modalidad platónica: Esta acentúa de manera muy significativa la importancia y la amplitud de los mathemata (Nota de La otra: enseñanzas teóricas); da al conocimiento de sí la forma de la autocontemplación y del reconocimiento ontológico de lo que es el ser propio del alma; tiende a instaurar una doble división: del alma y del cuerpo, del mundo verdadero y del mundo de las apariencias; para terminar, su importancia considerable obedece al hecho de haber podido ligar esa forma del cuidado de sí a la fundación de la metafísica, a pesar de que la distinción entre la enseñanza esotérica y las clases impartidas a todos limitaba su alcance político.

- la modalidad cínica. Esta reduce de la manera más rigurosa posible el ámbito de los mathemata, da al conocimiento de sí la forma privilegiada del ejercicio, la prueba, las prácticas de resistencia; procura manifestar al ser humano en el despojamiento de su verdad animal, y si se mantuvo apartada de la metafísica, si siguió siendo ajena a su gran posteridad histórica, dejó en la historia de Occidente cierto modo de vida, cierto bíos, que tuvo bajo diferentes modalidades un papel esencial (Nota de La otra: la espiritualidad cristiana, la militancia revolucionaria y la vida artística).

Al plantear la cuestión de las relaciones entre cuidado de sí y coraje de la verdad, parece un hecho que platonismo y cinismo representan dos grandes formas que se enfrentan, cada una de las cuales da lugar a una genealogía diferente: por un lado, la psykhé, el conocimiento de sí, el trabajo de purificación, el acceso al otro mundo; por el otro, el bíos, la puesta a prueba de sí mismo, la reducción a la animalidad, el combate en este mundo contra el mundo.

Pero, para terminar, querría insistir en esto: no hay instauración de la verdad sin una postulación esencial de la alteridad; la verdad nunca es lo mismo, sólo puede haber verdad en la forma del otro mundo y la vida otra".

Texto inesperado para la versión más divulgada de Foucault, de una fertilidad notable, texto emotivamente final: la última página del manuscrito del último curso. Texto definitivo.

Este final sugiere para mí el comienzo de una tarea, la de vincular a Foucault con un precursor insólito: Sôren Kierkegaard.

4 comentarios:

Liliana dijo...

Es una pena que, por el horario, no pueda concurrir.
Espero que se repita, próximamente, en otro horario...

saludos!

Martha dijo...

Qué te parrese!!
(Me encantó)

Oscar Cuervo dijo...

Nadie se baña dos veces en el mismo río... nada se repite, jeje

Liliana dijo...

Humm...excelente excusa heracliteana...

(Bueno, al menos, espero un curso parecido!)