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sábado, 13 de agosto de 2011

Cinco presidentes y un solo Clarín



por Graciela Mochkosky *

El 20 de diciembre de 2001, en el marco de una crisis sin precedentes, entre protestas masivas de la clase media, saqueos en supermercados y una represión policial que dejó treinta y nueve muertos, De La Rúa renunció a la Presidencia.

Aunque luego se denunciara una conspiración del gobernador bonaerense y fallido candidato presidencial de 1999, Eduardo Duhalde, para quedarse con el poder, las razones del colapso eran evidentes: cuatro años de recesión; un índice récord de pobreza y desempleo, que saltó al 25 % ; el retiro en masa de inversionistas extranjeros; el cese del crédito internacional; uno de los índices del "riesgo país" más altos del mundo; el llamado "corralito cambiario" que instauró Domingo Cavallo, último ministro de economía de De La Rúa, para salvar a los bancos, congelando los depósitos bancarios, autorizando sólo el retiro de montos pequeños de dinero y limitando las operaciones superiores a ese monto al uso de tarjeta de débito. Surgían monedas paralelas al peso, aumentaban las presiones -a la vez- en favor de la devaluación y en favor de la dolarización.


En diez días se sucedieron cinco presidentes: De La Rúa; el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta; el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, elegido por la Asamblea Legislativa; el presidente de ésta, Eduardo Camaño, y, al fin, Eduardo Duhalde. La clase media de las principales capitales, en especial la ciudad de Buenos Aires, enfurecida por el congelamiento de sus ahorros, salió a las calles a protestar. Casi cada noche, decenas de miles de personas hacían sonar sus cacerolas -la protesta se llamó, por ello, "cacerolazo"- marchaban hacia Plaza de Mayo y permanecían frente a la Casa de Gobierno hasta la madrugada, con un solo grito: "que se vayan todos" los políticos. Durante meses, estos debieron caminar por la sombra, eludir las multitudes; los legisladores esperaban en sus autos en el estacionamiento subterráneo del Congreso hasta que la policía les avisaba que era seguro salir; reconocidos en cafés, en parques, en sus edificios, eran insultados; algunos llegaron a los golpes de puño o al borde mismo de ser linchados. en la puerta del edificio de avenida Santa Fe, el ex-presidente Alfonsín fue hostigado por una multitud de ahorristas y perdió el equilibrio; cuando estaba en el suelo, un manifestante le pegó una patada.

En la noche del 25 de diciembre de 2001, el presidente Rodríguez Saá invitó a la quinta de Olivos a un grupo de empresarios de la Unión Industrial Argentina; Jorge Rendo fue en representación de Clarín. Su misión era convencer al presidente de que no devaluara el peso. Clarín había visto caer en picada su facturación en pesos -se habían hundido la circulación del diario, la cantidad de abonados al cable, la publicidad en general-, y más del 90 % de su deuda financiera de 940 millones de dólares debía ser pagada, por contrato, en esta moneda. Si había devaluación, la deuda se multiplicaría por dos, por tres, por cuatro...

Toda la noche intentó Rendo persuadir a Rodríguez Saá de que no era esa la salida. Sentado al otro lado del Presidente, el titular de la Unión Industrial, José Ignacio de Mendiguren, hacía lo posible de convencerlo de lo contrario: devaluar para salvar la industria nacional. La conversación desembocó en un asado pantagruélico con orquesta de tango y bailarinas. A la una de la mañana Rendo regresó a su casa y despertó a Megnetto con un llamado telefónico: creía haber entendido que Rodríguez Saá no devaluaría; por ahora, estimó, la compañía estaba a salvo.


El 30 de diciembre, entre nuevas protestas sociales y el retiro del apoyo de los principales dirigentes del peronsimo, Rodríguez Saá renunció a la Presidencia, que quedó en manos de Camaño. El 2 de enero Eduardo Duhalde, ex vicepresidente y luego enemigo de Menem, y gobernador de la provincia de Buenos Aires al que De La Rúa y otros dirigentes -radicales y peronistas- señalaban como el organizador de los disturbios que apresuraron el derrumbe, fue ungido por la Asamblea Legislativa para completar el mandato inconcluso del presidente de la Alianza.

Duhalde prometió por cadena nacional que los ahorristas recuperarían su dinero congelado en el corralito: "Quien depositó pesos, recibirá pesos, y quien depositó dólares, recibirá dólares", aseguró. Acto seguido decretó la devaluación de la moneda y pesificó los depósitos en dólares. Más de la mitad de los argentinos fue arrojada por debajo de la línea de pobreza, en un nuevo récord histórico de pauperización. Los cacerolazos de los ahorristas arreciaron.


Clarín -el diario, la radio, los canales- había cubierto la crisis exhaustivamente. A partir del primer cacerolazo contra De La Rúa, las cámaras de TN habían acompañado las protestas casi desde el momento en que surgían. Los manifestantes se acostumbraron a avisar al canal cuando comenzaba una nueva protesta. De pronto, con Duhalde en el gobierno, TN llegaba tarde o no asistía a los cacerolazos, que para nada habían disminuido. Algunos medios -el diario Ambito Financiero, entre ellos- publicaron que Clarín había estado detrás de la devaluación, que había licuado su deuda a costa de lanzar a medio país a la pobreza. En varias paredes de la ciudad apareció un graffiti que denunciaba: "Nos mean y Clarín dice que llueve".


Algo era cierto: Clarín se jugaba la supervivencia y buscaba el favor de Duhalde. Pero las negociaciones de Magnetto con éste no apuntaban a la devaluación. Tampoco a lo que hubiera sido una salida natural en el pasado: que el Estado se hiciera cargo de su deuda; con el Estado definitivamente quebrado, era a todas luces inviable. en cambio, Clarín presionó al gobierno y al Congreso para que reformulara la Ley de Quiebras. Buscaba eliminar un artículo, impuesto por Domingo Cavallo cuando era Ministro de Economía de Menem, que se conocía como cram down y que otorgaba a acreedores extranjeros el poder de quedarse con empresas argentinas declaradas en quiebra. Durante la convertibilidad, buena parte de las empresas se había endeudado en dólares u otra moneda extranjera. En medio de la crisis, con fondos buitre del exterior comprando deuda argentina pública y privada a mansalva, se hallaban en una situación de gran vulnerabilidad. Magnetto estaba especialmente preocupado por la situación de Multicanal, que acumulaba la mayor deuda en moneda extranjera de todas las empresas del grupo.

En un esfuerzo de lobby que ellos mismos juzgaron luego "intenso", Magnetto presionó a Duhalde y Rendo al Ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y a casi todos los diputados y senadores, para que el gobierno enviara al Congreso un proyecto de reforma de la Ley de Quiebras que eliminara el cram down. Duhalde cedió y Capitanich remitió al Congreso el texto de la reforma. el 23 de enero el Senado aprobó el proyecto con 56 de los 57 votos presentes, y una semana más tarde hizo lo mismo la Cámara de Diputados. Ambito Financiero la bautizó la "ley Clarín". Y la idea de que Clarín había logrado una ley para sí, en medio de la debacle general, se extendió rápidamente.

Pero el triunfo fue efímero. El Fondo Monetario Internacional (FMI), que luego admitiría su responsabilidad en la crisis argentina, presionó ferozmente por la reposición del cram down en nombre de los intereses de los capitales extranjeros. Remes Lenicov renunció y fue sucedido por Roberto Lavagna, quien cedió a las presiones y, en mayo, tras un debate crispado en el que varios legisladores denunciaron la sumisión al FMI, el cram down volvió a instituirse.

Magnetto y su equipo buscaron entonces un subterfugio. Pergeñaron la idea de una nueva ley de "bienes culturales", que establecería que las empresas nacionales incluidas en esa clasificación -las empresas periodísticas entre ellas- sólo admitirían, como máximo, un 30 % de capital extranjero y quedarían eximidas del cram down. Un trabajo intenso de lobby de Rendo resultó en la media sanción de esta ley en el Senado el 19 de junio de 2002.

Una semana después la Policía bonaerense asesinó a dos jóvenes militantes, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, durante la represión de una protesta en el puente Avellaneda. El presidente Duhalde temió caer víctima de la ira popular y decidió adelantar su salida convocando a elecciones presidenciales anticipadas y prometiendo que no participaría en ellas.


+ Fragmento del libro Pecado original, Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder, Planeta, 2011.

1 comentario:

puertacine dijo...

Oportuno recordar. Para que despues nadie diga "yo no fuí".