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sábado, 15 de abril de 2017

Arte y... ¿verdad?

Filosofía en la radio





Por sugerencia de mi amigo Maxi Diomedi, el conductor de Patologías Culturales (sábados 17:00 hs., FM La Tribu, 88,7), esta temporada en mi columna radial de filosofía vamos a encarar una serie de conversaciones bajo el título "Arte y verdad". En principio pensamos que se llamaría "Arte y filosofía", pero sobre la marcha se me ocurrió que era más tentador, ambicioso y desafiante encarar directamente para el lado de la verdad.

Sobre todo porque ahora tantos hablan de la postverdad, tanto ha calado entre el público ilustrado la sentencia nietzscheana de que no hay verdad, solo interpretaciones, acompañada de la idea de que en todo caso la verdad es una especie de creación artística o de ficción útil, me pareció incitante pensar el arte en relación con la verdad. Sin establecer ningún tipo de prerrogativas de uno respecto del otro. El título también podría ser "Arte y... ¿verdad?".


Ya llevamos emitidos dos capítulos que se pueden escuchar en los links de arriba. Hoy a la tarde (alrededor de las 18:30 aparezco yo en el programa) hacemos el tercero. Los dos primeros nos sirvieron para delimitar el campo de nuestras indagaciones.

En primer lugar, una evidencia: el ser humano tiene el arte como una zona persistente de su experiencia. Cada día tenemos canciones, películas, novelas, cuentos. La presencia del arte es un dato imposible de soslayar. Más todavía, puede hasta asombrarnos su procedencia distante y trans-cultural: hasta donde llegan las huellas históricas, la música, los relatos, la figuración plástica, los poemas, antes todavía de que se los denominara de esta manera o de que se los englobara como "artes", estas experiencias estaban presentes en las vidas humanas en las más diversas civilizaciones. Y a nivel personal, el arte está presente entre nuestras experiencias iniciales: las canciones de cuna, los cuentos´que nos contaban antes de dormirnos nos prefiguraron el mundo desde chicos. Esta evidencia resulta intrigante: ¿para qué necesitamos el arte? La respuesta ya no es evidente. Incluso no sabemos si esa pregunta está bien hecha.


En segundo lugar, un problema: las obras de arte hoy en día aparecen asociadas a un tipo más general de entes: las mercancías. Porque hoy todo puede transarse, incluso alguno puede creer que todo debe transarse. El valor de la mercancía está tan extendido que casi parece obvio: si algo es una mercancía, si logra serlo, no precisa otra justificación. En todo caso, inquieta más cuando una zona de nuestras tareas no puede valorizarse en términos mercantiles. Sé muy bien las cosas que hago por dinero o el dinero que me cuesta obtener cada cosa. También una canción, una película, una pintura o una novela pueden ser mercancías y lo más común es que lo sean. Si yo tengo que encarar una tarea que produzca algo para colocar en el mercado, no hay más que decir: se explica solo. Pero ¿hacer algo que no sea una mercancía? ¿Para qué? El problema sería entonces si todavía estamos en condiciones de deslindar el ser de la obra de arte del ser de la mercancía. Dado que una obra puede perfectamente portar su condición mercantil, el desafío es hallar un resto en la obra que no pueda ser reducido a mercancía. Si ese resto existe, si lo podemos reconocer, entonces debería estar presente en las épocas de la historia en las que no todo lo del mundo pudiera devenir mercancía. Y situándonos en el presente tangible, donde hay arte podría haber un resto no transable.

En tercer y último lugar, la pertinencia: ¿es pertinente que nos preguntemos filosóficamente por el arte? ¿Qué sabe la filosofía del arte? La filosofía no sabe nada, porque la filosofía no sabe nada de nada. Sería ridículo que la filosofía intentara legislar acerca de la obra de arte, como si ya tuviéramos acceso a la esencia del arte y desde esa percepción pudiéramos fijar sus límites. No podemos suponer, primero, que haya una esencia del arte a la que todas las obras puedan ser reducidas. Si la filosofía no sabe la esencia del arte, es porque la filosofía no es un saber tanto como porque no es lícito postular una esencia prefijada desde los orígenes históricos del arte. Podemos preguntarnos filosóficamente por el arte solo cuando la obra se ha manifestado. Tenemos que esperar, entonces, primero, que el arte se manifieste y, solo después tratar de vislumbrar su secreto.

Esto, como para empezar, fue lo que estuvimos desplegando en los dos primeros capítulos de nuestro ciclo. Vamos a pensar desde lo que otros pensaron. Heidegger,  Artaud, Foucault, Benjamin... ¿Nietzsche? ¿Platón?

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