todos estamos igual

domingo, 11 de marzo de 2012

El topo 2

Otra mirada sobre la gran película de Tomas Alfredson




por Oscar Cuervo

Soy un tipo de espectador de cine bastante inepto para seguir una trama narrativa medianamente complicada. Digamos que tiendo a enfocar mi atención en otros elementos del dispositivo cinematográfico (la luz y la sombra, el color, los movimientos de cámara, el espacio entre los personajes, la administración del tiempo, la cadencia de los cortes) y a perderme en pequeños detalles: de El topo recuerdo con mucha vivacidad la cara transpirada y pegajosa del mozo que atiende en el bar de una especie de patio-shopping raramente sombrío, la gota de sudor que cae sobre el mantel, mientras una mujer anciana observa la escena desde la ventana y en una mesa cercana a aquella en la que transcurre la acción principal una madre cuida a su bebé. Más adelante, me acuerdo de una abeja que se mete en el auto en el que viajan varios personajes y que molesta levemente su conversación (no me acuerdo de qué hablan, pero las palabras no registran nunca la presencia molesta del bicho). En una escena posterior, un pájaro se mete por la cavidad de una chimenea en un aula en la que un profesor está dando una clase a chicos que presencian azorados la reacción del docente, que interrumpe un momento su discurso para rematar al ave con un fierro (sin decir nada tampoco sobre el asunto). La gota de sudor, la abeja, el ave que parece venida de The Birds. Esta atención oblicua muchas veces me distrae del hilo conductor que proporcionan los diálogos, las palabras que suelen indicar relaciones de filiación o subordinación entre los personajes, cadenas causales y tiempos verbales que establecen un antes y un después, motivaciones, declaraciones, pedidos y sugerencias de los personajes. Y los nombres, por supuesto.

Bueno: la primera vez que vi El topo (la vi dos veces) no entendí casi nada de sus conversaciones, y apenas pude fijar que el personaje que hace Gary Oldman se llama Smiley y comanda la detección de un doble agente infiltrado en el servicio secreto británico, en el marco de la Guerra Fría. Sin haber entendido la trama, pude percibir estas conversaciones intrincadas como un tejido. La película es un tapiz de conversaciones, como si fuera una conversación continua, que avanza y retrocede en el tiempo, por lo que un personaje muerto al principio vuelve a aparecer vivo después, o una fiesta de fin de año que reúne a los agentes secretos reaparece una y otra vez, quizás en la memoria de alguno de los protagonistas, o de varios. La nota de Marcos Valentín Perilli que precede a esta abunda en precisiones de la trama que a mí, por mi atención oblicua, me pasaron totalmente de largo. De lo cual infiero que la película de Tomas Alfredson permite al menos dos tipos de experiencia bastante distintas. En la que hace Marcos la película permite una lectura digamos clásica, donde la virtud de los personajes queda ligada a sus destinos. Hay otra vivencia más impresionista, que es la que yo realicé. Yo me encontré sumergido en la luz gris azulada, crepuscular, melancólica y preferentemente invernal que impregna casi toda la película (con la excepción de una breve escena en la que la pareja formada por los dos más jóvenes, que pertenecen, creo, a dos servicios secretos enemigos, viven una temporada romántica llena de sol). La luz melancólica que predomina se lleva muy bien con la partitura del español Alberto Iglesias y con el tono apagado de las voces de la conversación -toda la película es una larga conversación (¿ya lo dije?) cuyos participantes se van relevando mediante un montaje cadencioso, sin que muchas veces advirtamos el salto espacial o temporal.

Su cadencia es la percepción más definida que tengo de la película. Esto no representa para mí ningún incoveniente: en mi vida cinéfila aprendí a renunciar a comprender del todo los argumentos, lo que tiene que ver quizá con el placer que me despierta relajarme ante los vaivenes incomprensibles del cine de Godard, o con mi atención fluctuante. Sé que el cine tiene argumento, a veces, y que puede ser importante, a veces, como las canciones tienen letra y, a veces, es importante entender de qué hablan. Pero alguna de las canciones que más me gustan ya me habían gustado antes de saber de qué hablaban.

El cine tiene letra, pero tiene también melodía, ritmo, armonía, timbre, intervalos, silencio. Esto vale por ejemplo para las películas de Apichatpong, donde es decisivo apreciar la tersura de la voz de los personajes, tanto como el rumor acariciante de la jungla. Alguien a quien El topo no le gustó nada me dijo que una película de espías tiene que entenderse. Yo creo que la puedo comprender de otra forma. Alfredson hace algo muy distinto -y para mí más provechoso- de lo que hizo David Fincher en La chica del dragón tatuado: no se dejó atrapar por las imposiciones del relato literario de origen, no se subordinó a la claridad de exposición de los hechos narrados, sino que le impuso a la trama un ritmo que está dictado por el temperamento, el clima, la atmósfera o la afinación. La conversación es en la película una textura que suena como un fondo orquestal.

Pero el concepto de Guerra Fría parece ser decisivo para organizar los componentes de El topo (prefiero pensar en una composición más que en una narración): esta guerra que libran dos fuerzas enfrentadas e infitradas es verdaderamente fría, no hay nada parecido a explosiones, las victorias y las derrotas de los contendientes están asordinadas, o se insinúan en miradas fugaces y ambiguas, o se deslizan silenciosas como una lágrima o una gota de sangre por una mejilla. Alfredson filma a los agentes secretos como si fueran vampiros en un país que está de olvido y siempre gris, o como si fueran viejos oficinistas agobiados por su rutina, que es la continuación de la guerra por otros medios.

(Quizá este texto sea solo la justificación de haber gustado tanto de una película que no llegué a entender del todo).

5 comentarios:

Liliana dijo...

Me siento absolutamente identificada con las impresiones del texto.Esta película tiene un tono, bellamente asordinado, que me resultó muy disfrutable más allá de la complejidad de la trama. En mi caso, creo que elegí perderme los detalles de la historia para quedar envuelta en el clima que propone desde la imagen.

Carlos G. dijo...

Todavía no la vi.
Tu comentario cierra con influencias tangueras muy adecuadas con la mirada de Gary Oldman en la foto que mostrás al principio.

Hernán dijo...

Muy bueno el análisis, Oscar. Tuve una percepción muy similar con la película. Me gusta esta idea de la larga conversación como textura, como tejido, y de imágenes que logran más bien una composición antes que una trama de límites precisos. Agregaría una mención sobre el laburo que hace Alfredson sobre el fuera de campo y cómo logra que las imágenes tengan condensado un mundo (de deseo y represión) que no vemos, salvo en contadas excepeciones (encuentro un ejemplo en lo que me parece la más contundente de estás imágenes: las lágrimas en espejo del final, la de un muerto que en vida no supimos quién era, y la de un muerto en vida que perdió el nombre que tenía).
Creo que podría verla una tercera o cuarta vez y disfrutarla aún más, ¿acaso no hacemos lo mismo con la música?
Saludos.

ram dijo...

No ví esta película pero espero contribuir al post.
"El topo", para empezar no se llama así, es "Tinker, tailor, soldier, spy", 4 oficios, en una ovela de espías muy lejana al aventurerismo bondiano, no hay minas lindas, el personaje principal es un atípico carnero consciente y el laburo en sí es rutina, ajedrez intelectual pensando el frente interno propio y sus puteríos más los movimientos de rusos (y yanquis), y ahí siempre la impresión de que a Le Carré los rusos le caen mejor que "los primos".
En 1982 hubo una serie de la BBC, 5ó6 capítulos, con Alec Guinness y una imagen que calza perfectamente con el Smiley del libro, señor ya mayorcito, algunos kilos de más y con mucho más peso en la mochila. A priori, Gary Oldman suena a tipo más "recio".
No sé si deba meterme a opinar sobre verla 3ó4 veces, si le diría que le pegue una miradita al libro y, en taringa está, a la miniserie, capaz que salga un pastiche interesante, o capaz que no.

Oscar Cuervo dijo...

Gary Oldman no da para nada más recio en la película. Por el contrario, da la sensación de una inteligencia superior en un cuerpo vencido, una mirada apagada. En cuanto a la simpatía de rusos o yanquis, por lo que pude entender de la película no trasluce simpatía hacia ningún sistema, aunque sí hay simpatías y antipatías personales que exceden el bando para el que cada uno trabaja. Hay una escena donde la cara de Smiley parece salirse de la pantalla y hablarle directamente a uno, en un primerísimo primer plano, y dice algo que por supuesto no recuerdo, pero se refiere a la futilidad de ambos sistemas para los que ellos trabajan. En la película hay sí una mina linda, la rusa Irina.
El debate para mí no pasa por verla 3 o 4 o 5 veces para entenderla, sino tantas como uno quiera para dejarse llevar por el extraño placer que produce. Exactamente como los discos. Solo que me parece insustituible verla en sala de cine.
La posibilidad de leer la novela no es desdeñable, aunque yo no lo haría ahora porque no estoy leyendo novelas últimamente. La película, por otra parte, es totalmente autónoma de la fuente literaria, por los motivos que traté de explicar.
Claro que el título de la película y la novela son esos que ram dice, pero la cito con el título que se estrenó en todo el mundo de habla hispana porque si no la mayoría de los lectores no sabrían de qué estoy hablando.
Saludos