todos estamos igual

miércoles, 22 de junio de 2011

Nos mereceremos a Cristina


por Lidia Ferrari

"Cada pueblo tiene el gobierno que se merece" se esgrime, las más de las veces, para señalar la infamia de un pueblo que elige gobiernos que lo oprimen o que lo traicionan. Muy pocas para valorar a un gobierno y su comunidad. No sé si seré la excepción. Pero he estado pensando en esa frase y también en la forma de pensar los liderazgos políticos, y hay algo de las explicaciones tradicionales de la relación entre líder y masa que no me termina de cerrar. Claro, no puede haber un líder nacido de un repollo. Pero lo que está sucediendo en Argentina en estos nuevísimos y recientes ocho años, la vuelta de la tortilla impensada por todos, sin excepciones, me pone a pensar en esto del liderazgo y del pueblo.

¿Es que nos merecíamos a Videla, a Menem? ¿Será que la entidad pueblo intenta unir el agua y el aceite? ¿Todos nos identificábamos con Videla o con Menem? ¿Quiénes y por qué razones?

¿Nos merecemos a Cristina?

No podría responder si nos hemos merecido a Videla o a Menem. Pero estoy a un tris de pensar que no nos merecemos a Cristina. No, me retracto. Nos la merecemos, es más, nos es necesaria. Pero Cristina va mucho más adelante que nosotros. Si Cristina Fernández de Kirchner y Néstor Kirchner hubieran hecho lo que es previsible, lo que se esperaba, aún lo que espera y reclama una buena parte del pueblo que gobiernan, no sé si estaría escribiendo esto. No sé si la muerte de Kirchner hubiera tenido el impacto que tuvo. Ellos fueron haciendo por las suyas lo que consideraban apropiado para gobernar, más allá de corrientes políticas, de todos los indicios esperables, más allá de operadores justicialistas, más allá de protestas de sectores corporativos, más allá de lobbys poderosos. Sí, pero no más allá de algunos reclamos populares. Pero escuchaban al que era preciso escuchar.

Recuerdo cuando iba a votar y casi no sabía quién era Kirchner y dudaba entre Kirchner y Carrió. ¡Mi Dios! ¡Cómo estábamos confundidos! Pero, ¿estábamos confundidos o eso es lo que había? ¿No es que ahora todo se hace más claro, porque hay quienes -Néstor, Cristina- hicieron que las cosas se pusieran en claro? Que lo hicieron ellos. Ellos, sólo ellos dieron vuelta la tortilla. Por eso todo esto me hace interrogar la idea de liderazgo, la tan remanida ideas de liderazgo. ¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiera ganado otro? Imposible respuesta, pero podemos imaginar... aunque no vale la pena. Sólo vale la pena pensar en esta opción impensada de cambio. Sólo vale la pena interrogarnos sobre la emergencia de la buena fortuna. Todo pueblo se merece un buen gobernante, pero no todos tienen la fortuna. Nosotros tenemos esa fortuna. Sí, Cristina y Néstor surgen de la entraña de lo argentino. Son argentinos, se les nota, lo son. Su irreverencia, su constancia, su inteligencia, su originalidad, su actitud de emprendimiento. Pero también hay argentinos, y muchos, a los que se les notan precisamente virtudes opuestas. También Videla era argentino, o Menem, también hay argentinos vendepatrias, soberbios, tramposos, tontos.

Pero sería muy sencillo pensar que unos vienen de una parte de los argentinos y los otros de la parte opuesta. Unos representan a los de un lado y otros representan a los del otro.

Sospecho que no es tan simple. Creo que los gobernantes nos sorprenden, para mal o para bien. Que hacen aquello que quieren o pueden hacer, y que va mucho en ellos las decisiones personales. Ya sea porque se ponen de rodillas a ciertos intereses y traicionan la voluntad popular, ya sea porque no poseen capacidad o son débiles. Pero creo, ahora, en 2011, que la singularidad del gobernante es todo, o casi todo. Si, se me dirá que soy personalista. No. No estoy pensando precisamente en el liderazgo de masas, en un líder carismático que convenza a las multitudes. Estoy pensando en una persona que asume un rol de gobierno y lo desempeña a su manera, con su inteligencia y su sabiduría, con su cultura y su ignorancia, con su ética y su ideología. Y esta persona, por ubicarse ese lugar, marca un rumbo. El más oscuro o el más luminoso.

Después de escuchar a Cristina, pienso que desde la asunción de Néstor Kirchner esta pareja no ha dejado de sorprendernos, y a mí, personalmente, para bien. Pero no es que me siento “expresada”, como a veces se suele decir. En general se dice eso para fundar una ecuación de igualdad entre el otro y uno mismo cuando no se reconoce la originalidad del otro, con el que se acuerda después de sus acciones. No me siento expresada, me siento bien representada. Me siento bien dirigida, sabiamente dirigida.

Me sorprende su inteligencia, su agudeza, su responsabilidad en el trabajo y su capacidad para estar donde tiene que estar. No su demagogia, sino su trabajo. Un trabajo que no abandona, a pesar de estar de duelo. Cuando se llega a ese lugar tan vapuleado por el poder político, con los ejemplos que tenemos en nuestro país y en el mundo, cuando vemos lo que han hecho y siguen haciendo otros, no puede dejar de sorprendernos que alguien haga ese trabajo de la mejor manera, como ella.

Si, podrán decirme, ¿cómo sé que es la mejor manera? Bueno, basta mirar, ver y vivir, no ser necio ni ciego para darse cuenta. Al menos comparar con el pasado, simplemente. Los que no quieren verlo son los que están habitados por fantasmas (hablo de la gente común), como los de la figura de Evita para el gorilaje, habitados por imaginarios, ya sea fomentados mediáticamente o simplemente por ignorancia y búsqueda de referentes conocidos, para que don Jauretche no sea rectificado.

No tenemos referentes conocidos para juzgar y apreciar los gobiernos de Néstor, y mucho menos de Cristina, encima mujer. No poseemos esquemas que nos permitan evaluarlos de acuerdo a alguna referencia conocida. Cuando la gente quiere verla con ojos del pasado, la puede encasillar mejor. En cambio, si uno quiere ver las cosas con la lente menos turbia y opaca posible, no nos queda más que tratar, al menos, de imitarla. Es decir, pensar de otra manera las cosas a como las hemos venido pensando. Porque como se habían pensado ya no funcionan. Es lo que se ha atrevido Cristina a decirle a los gobiernos de los países centrales en la última crisis. Pero nadie escucha a una sudaca, aunque sea una Presidenta. Tampoco hablo de los que no ven o, mejor dicho, no reconocen, porque sus intereses se lo impiden. A eso se los puede comprender. Lo que no se puede comprender es que un docente o un jubilado que no puede ignorar los más de diez años de su salario congelado, de la carpa blanca o de los miércoles frente al Congreso para manifestarse, no pueda reconocer lo que ha obtenido con este Gobierno. Pero sí, existen los que detestan a Cristina porque apelan a su imaginario conocido, no sea que abandonarlos los ponga en crisis, aún cuando sea para mejor.

La evidencia de los hechos me hace pensar que luego de escuchar a Cristina, y de enmarcar lo que pasa en Argentina dentro de la historia de los últimos cincuenta años, no me queda más que interrogar si nos merecemos a Cristina. Sí, la mereceremos si podemos seguirla. Dicen que un líder es aquel que sintoniza con su pueblo. Me parece que, al revés, a esta líder debemos seguirla, acompañarla, seguramente corriendo detrás extenuados, porque ella es muy veloz y nos saca distancia a cada rato. Ella nos está cambiando y es probable que lleguemos, si cambiamos con ella, a merecerla.

2 comentarios:

Maloperobueno dijo...

Saludos

Nos merecemos a Daniel Filmus, ex funcionario de Carlos Grosso y mentor de la Escuela Shopping?
O nos merecemos al otro Daniel Filmus, ex asesor de educacion de Carlos Saul Menem?

Y de Tomada mejor ni enumerar tus antecedentes...

Saludos

Liliana y Carlos dijo...

A mí me representa Cristina y me representó Néstor.
Y me expresa tu post.
Siempre pensé en la importancia de las personas providenciales, aquellas que aparecen cuando ya no hay esperanzas, pero dos? ni yo me lo creía.
Para las elecciones de 2003 voté a Néstor por una sola razón que en aquellos tiempos expresaba así: "De Kirchner tengo dudas, no lo conozco, del resto sólo tengo certezas"
Pero después de aquel discurso de asunción, aquel que tan virulentamente rechazó Escribano, sentí (no pensé, sentí) que no me había equivocado.
Y hoy seguimos, contra todo, seguimos, con esa rarísima sensación, después de tanto fracaso, de que uno forma parte de este momento histórico.
Sigamos a Cristina.