todos estamos igual

martes, 29 de marzo de 2011

Kierkegaard y rock and roll




La repetición es el título del libro en el que Kierkegaard aborda el probema de la pérdida infinita de lo que se tiene. Este libro está firmado por el pseudónimo Constantin Constantius. En el libro, Constantín , el narrador, se vincula a un joven que está enamorado de una chica. Lo que cuenta este libro es la relación de confidente entre Constantin –que es un hombre mayor, tenemos que calcularle unos 40 o 50 años– y el joven -que tendrá unos 20 años- que está enamorado de esta señorita.

Es un amor correspondido, la joven le corresponde su amor y ambos están en el mejor momento de la relación. Pero en ese momento se desencadena en el muchacho una melancolía extraña, porque siente que, teniendo a su amada, la perdió. ¿Por qué? Porque empieza a proyectar con la imaginación las posibilidades que el futuro puede tener esa relación y entonces tiene miedo de que cada vez que se acerca a ella, cada acercamiento, por más feliz que fuera, sea una pérdida, el comienzo del fin. Empieza a sufrir la finitud de la relación amorosa, el terror a perder lo que tiene. Lo curioso es que el joven vive este amor presente como si fuera un recuerdo, es decir, como si todo ya hubiera terminado y él estuviera colocado en una posición en la cual el amor ya se perdió. Y lo único que hace cuando está con ella es recordarlo: recordar, paradójicamente, lo que tiene en el presente como si ya hubiera sido perdido. Dice Constantín
:
“Nuestro joven, pues, estaba profunda e íntimamente enamorado. De esto no podía caber la menor duda. Y, sin embargo, ya en los primeros días de su enamoramiento se encontraba predispuesto no a vivir su amor, sino solamente a recordarlo. Lo que quiere decir que, en el fondo, había agotado ya todas las posibilidades y daba por liquidada la relación con su novia. En el mismo momento de empezar ha dado un salto tan tremendo que se ha dejado atrás toda la vida” .

A Constantín no le lllama la atención que el joven atraviese esta experiencia, a la que considera típica de la disposición erótica. Pero se sorprende de que el muchacho no pueda contraarrestar esa melancolía con otras disposiciones de tendencia opuesta, que hagan fuerza para el lado contrario:
:
“Cada uno debe hacer verdad en sí mismo el principio de que su vida es desde un cierto punto de vista una batalla perdida, aún desde el primer momento en que empieza a vivirla. Es así, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital para matar esa muerte propia que se vive mientras uno está vivo y convertir la muerte vivida en una vida viva. En el despertar de una pasión amorosa luchan entre sí el presente y el futuro, que hace fuerza por alcanzar una expresión eternizadora.”

A su modo, Constantín expresa una  lucha entre lo finito y lo infinito en la vida del hombre. Constantín, un hombre mayor, es alguien que tiene una posición bastante más distanciada, como si observara todo desde afuera, ya sea porque se halla en otro momento de su vida o por una imposibilidad de comprometerse. Es un amante del teatro y por ello es esencialmente un espectador, alquien que prefiere observar la vida antes que actuar en ella. Y a Cosntantín le gusta que el joven le cuente todas estas cosas porque él, como observador, ve agradable o cómodo escuchar el drama de otro en lugar de vivir el propio.

Por su gusto por el teatro, una vez, años atrás, Constantín había ido a Berlín a presenciar una obra de teatro que le pareció maravillosa. Esa temporada es para él inolvidable; recuerda el hotel, la habitación donde estuvo, la ventana por la que se asomaba, el palco en el que presenció la obra, los nombres de cada actor. Años después quiere repetir esa experiencia. Y vuelve a la misma habitación del mismo hotel, al mismo teatro, a la misma obra, con el mismo elenco... ¡y no vuelve a pasar lo mismo! Y esto para él es una enorme pérdida. A su manera está también frente al problema de cómo recuperar lo que continuamente va perdiéndose, por el carácter finito de cualquier experiencia humana, que tiende a perderse, apagarse, olvidarse, a gastarse por el tedio y que, sin embargo, pese a todo, tiene sed de volverse infinita, eterna. ¿Cómo una vivencia humana, que por definición parece condenada a deteriorarse, puede aspirar ser eterna? ¿Por qué no se conforma uno con los momentos en los que las cosas viven, aunque sean fugaces, y quiere alcanzar, a través de ciertas experiencias privilegiadas, como el amor romántico o la experiencia artística, la eternidad?

La disposición anímica de Constantín, que vive la vida como si la observara y sin comprometerse con ella, le ayuda a “contrapesar” esa pérdida y no caer en la melancolía del joven: toma distancia de la pasióm.

Entonces, la pregunta del libro La repetición es: ¿cómo es posible la recuperación de esa experiencia, la experiencia de vislumbrar que lo que hoy se tiene ya está perdido? Esto significa: ¿cómo es posible vivir una experiencia sin que asome esa certeza de que continuamente se está perdiendo lo que se tiene? ¿O no hay salida y todo está realmente perdido?

De todas las versiones de Kierkegaard, esta es la que más reconozco en mí. Es decir, capto la gratitud de ese entusiasmo pasajero que a menudo nos conduce a un precipicio que va a la muerte o la desesperacion.. Y sin  embargo...

Lo anterior es una versión remixada (2011) de un fragmento del libro Kierkegaard, una introducción (2010)