martes, 22 de septiembre de 2009

Película de amor n° 10: Mes petites amoureuses (de Jean Eustache)

La última película de amor de este año
(Lo que viene es el odio!!!)




El sábado 26 de septiembre a las 19:30 en Lambaré 873.

COMO EL OCÉANO
por Gonzalo de Lucas

(Extractado del libro colectivo Jean Eustache. Un fulgor arcaico, editado por el BAFICI 2009)

Tras filmar Mes petites amoureuses, Jean Eustache ya no pudo dirigir otro largometraje. Siete años después, en 1981, se pegó un tiro en el corazón. Se ha visto recurrentemente una estrecha relación entre los dos hechos, el eco prolongado y persistente de su voz silenciada. Philipe Garrel sigue persuadido, sobre este punto, de que fue la industria del cine la que mató a Eustache. (...)

Me gustaría escribir sobre aquellas cosas que el cineasta filma, y el hombre ignora. Enfrentado a una inquietud primera -quizá una pérdida, la esencia del cambio-, el cineasta decide tender un puente hacia la complejidad, crear una forma que, sin dar una respuesta, contenga toda la extensión y hondura de la pregunta, una forma que aloje el misterio primero. El cineasta, según esta experiencia, acepta la precariedad de su condición y reconoce la radical independencia de la materia filmada. Serge Daney se refería a ello en una entrevista que concedió en 1977: «Llega un momento en que te das cuenta de que lo importante no es estar o no de acuerdo con la ideología explícita de un film, sino ver hasta dónde alguien es capaz de mantener sus ideas, respetando al mismo tiempo el material audiovisual que ha producido. Es un movimiento dialéctico: primero, el realizador -guiado por sus ideas, gustos y convenciones- produce un material determinado, pero luego este material es el que le enseña cosas al resistirse a él». (...)

Y si el cine de Eustache fue un cine de la memoria es porque siempre entendió que la función de la memoria no es preservar lo vivido, sino seleccionar lo recordado, excluir hechos, en vez de conservarlos. Y si el cine selecciona, encuadra una parte de la realidad, no debía estar lejos de esa función. La maman et la putain es un film de exlcusiones, de descartes.


Trailer japonés en el que pueden verse algunas imágenes de La maman et la putain (b&n) y también Mes petites amoureuses (color).

Mientras, en la imagen peduran algunos sentimientos, cristalizados, evocando un instante de tiempo que el cineasta ignoró o no pudo comprender en su plenitud. Restos de tiempo que atraviesan, por ejemplo, las escenas de Mes petites amoureuses. Glosaré un movimiento de cámara. Una tarde de verano, durante su infancia, Daniel pasea junto a un amigo y dos chicas a lo largo de una carretera desierta. Una pandilla de chicos, tras ellos, sigue a las muchachas. Daniel y su pareja se adentran en el follaje y se tumban en el suelo. Su compañero y la otra chica se besan a pocos metros. La pandilla se ha alejado. Daniel se tumba en la hierba y la joven le besa. La mano de Daniel acaricia el cuerpo de la niña y se posa en las piernas desnudas. Cuando se incorporan, él le toca una mejilla con la mano. Pide a la muchacha que se tumbe para poder contemplarla. Y entonces la cámara asciende y deja los cuerpos de los jóvenes en el margen inferior del encuadre, y se desplaza cadenciosamente hacia la izquierda, mostrando un camino de tierra y la extensión de campo en la que el viento sopla moviendo las hojas. ¿Qué decir de ese movimiento inexorable? Daniel ya había besado a una chica, en una sala de cine, mientras se proyectaba Pandora, pero este beso frío nos remonta al beso arrobado de Henri y Henriette en Un día de campo de Renoir, y a los travellings y grúas de Mizoguchi, cuando la cámara abandona a un personaje para orientarse hacia otro lugar, diseminando el sentido del plano. En ese movimiento tras los primeros besos, Eustache sostiene -como Mizoguchi- que no se puede retener la mirada a un cuerpo, expresando la soledad e impotencia del hombre -del cineasta que evoca filmando- ante la ley de la gravedad, la condición sensitiva y carnal del amor como proceso irreversible, la certeza de saberse ínfimo polvo de estrellas. (...)



En otra secuencia, los muchachos sentados en la terraza de un café contemplan cómo las chicas pasan de largo y desaparecen tras girar por una esquina. Mes petites amoureuses es un film precioso sobre la formación de un cineasta, o cómo la vida se inmersa en un hombre que vivirá sus experiencias para el cine. Toda su obra sigue esa formación: partir del número cero, aprender a vivir y filmar, hasta que ya no haya otro plano de sutura. Seul le cinéma.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojala que las peliculas de odio tengan tanta repercución como las de amor.
jeje

liliana dijo...

La maman et la putain me impactó mucho cuando la ví por primera vez, hace unos años. La volví a ver en el último Bafici y, si bien no tuve una impresión tan fuerte, me siguió pareciendo una muy buena película.Tengo muchas expectativas con ésta...

Oscar Cuervo dijo...

Anónimo:
el odio nunca pasa de moda.