todos estamos igual

martes, 16 de junio de 2009

La sangre brota



por Willy Villalobos

Hace un par de días fuimos con mi amigo Walter Nestor, alias Tito, a ver La Sangre Brota, segunda película de Pablo Fendrik. Con Tito nos conocimos en Cabo Polonio a fin del año pasado, vino a pasar unos dias en la Posada, y finalmente se quedó a trabajar en casa hasta marzo. En Santa Maradona, así se llaman mis dominios en Uruguay, aprendió a hacer el pan, los ravioles y finalmente se enamoró de una interesante alemana que lo acompañó cuando vine en marzo a Buenos Aires a presentar la película del Principe en el festival In Edit. Tan bien aprendió su laburo que cuando volví los clientes me decían que sus pastas eran mejores que las mías.

Era nuestro primer encuentro en Buenos Aires y como a los dos nos gusta mucho el cine,Tito es actor, nos fuimos a sentar en las cómodas butacas del Village Recoleta, sin pochocho ni coca, pero con las expectativas que la nota a doble página en Clarín nos había creado.

“Como pocos directores (acaso Lucrecia Martel, o, en un plan muy distinto, Lisandro Alonso), Fendrik maneja con extrema precisión las posibilidades visuales y sonoras del cine de transmitir sensaciones, de ubicar al espectador en un lugar mas preciso y en un momento concreto” dice Diego Lerer en su seductora nota; y remata “y la experiencia es disfrutable pero dura y dolorosa, con una intensidad y violencia que se sienten en el cuerpo (atención al uso del sonido) y que hacen recordar a cierto cine de Scorsese (podría verse como un mix entre Caballos Salvajes y Taxi Driver), con una cámara nerviosa, cassavetiana, que se mete en las narices de los personajes”.

Verlo a Fendrik en la tapa del suplemento de Espectáculos para mí fue toda una novedad, porque hasta ese momento yo lo conocía sólo como cliente de la panadería y no me imaginaba ni ahí que el tipo era uno de los directores mas promocionados de lo que ahora se llama “el nuevo cine argentino”.

Con esta presentación era una maravillosa obligación tomarse el 26 y empezar a soñar en el bondi.

Uno de mis mayores placeres es cuando una película me lleva a donde quiere, eso me pasó viendo Liverpool, la última de Lisandro Alonso, con La mujer sin cabeza, la tercera de la Martel y hace unos sábados en La Tribu cuando vimos La Infancia de Iván, la primera de Andrei Tarkoski y eso esperaba que me sucediera con esta historia.

Primero vimos los típicos avances del cine pochoclero, presentaron 5 películas y todas apelaban a los mismos recursos hollywoodenses, luego se apagaron las luces y arrancó La sangre brota.

De arranque la película pinta bien, no hay presentacion de los personajes, en eso debe haber encontrado el parecido con Lucrecia el cronista de Clarín, y las calles de Buenos Aires son el decorado donde transcurre una historia con personajes de clase media, algunos haciendo malabares para no caer en lo que más se teme, la pobreza, y otros, los mas jóvenes, encarando la vida por los bordes. La cámara los acompaña muy de cerca, como en las películas de los hermanos Dardenne, obligándonos a sentir el aliento.

Pensé que iba a ver una gran película porque tenía todos los ingredientes para serlo. Un padre, al que uno le imagina un pasado mejor, que hoy se las tiene que rebuscar como tachero, basureado por uno de los clientes, un clásico porteño hijo del menemismo o sea un hijo de puta que lo alquila onda “che pibe”. Mientras maneja, escucha casetes de relajación recomendados por su amante, una mujer cariñosa y desesperada. El que se banca todas las humillaciones porque necesita juntar unos mangos para su hijo mayor, es interpretado por Arturo Goetz, recordado por su buen laburo en La niña santa.



Un hijo, Leandro, interpretado por Nahuel Perez Biscayart, que representa a esos pibes de clase media que ya vieron todas las miserias posibles en la familia y en la sociedad, y están dispuestos a repetirlas. A este muchacho Nahuel le sale tan bien el adolescente caminando por el filo de la vida,que lo van a querer exprimir como a la piba de XXY. Es de esos actores que los directores suelen usar como carnada.

Pero sigamos con los ingredientes. Una novia despechada, otra novia que le dice “mirá, mirá bien”, invitándolo a él y a nosotros a ver las miserias de los personajes que deambulan por nuestras calles.

Esta piba, Vanesa Leandro, es una actriz de 14 años que representa el modelo de mina de hoy: nenas apenas desarrolladas que curten la calle o las tapas de las revistas. La Leandro hace una pendeja de la calle, “protegida” por una señora que tiene un sospechoso negocio en una galería donde trabaja un tipo que esta muerto con ella.

Pero finalmente la película explota, todo se llena de sangre.

El director dice que no le gustan las películas que lo embolan, prefiere las que lo sacuden y en este caso se nota que la explosion es su intento de sacudirnos. Pero no, nada pasa y la sangre que brota parece mermelada.

A mí me gustan más los personajes al principio del film, especialmente el padre, porque están conteniéndose todo el tiempo, y conmueve porque ese me parece ser el estado de violencia que más se nota entre nosotros.

La de Fendrik tiene todo para despegar, pero algo le pasa que no funciona. Es como cuando ves a la selección, Messí, Tevez, Riquelme, Mascherano, etc., etc... Y como si esto fuera poco lo tenés al Diego en el banco… pero no, el equipo no aparece.

Se nota que el dire sabe de cine, porque supo aprovechar lo que aprendió de buenos directores y a los actores Fendrik les saca el jugo, pero le falta “eso”, eso que tiene Alonso, que si te entregás te hace viajar por una historia en la que no hacen falta sacudones.

Siguiendo con el fútbol, La Sangre… me hace acordar a esos jugadores morfones que quieren pasarse a todos los rivales y siempre la pierden con el último.

Me hizo acordar a esas vidrieras cargadas de mercaderia en las que cuesta distinguir una en particular.



¿Será que el director, tan elogiado por algunos críticos (lo comparan con Alonso, Martel, Scorsese) se la creyó y eso le impide hacer una buena película? ¿Será que cae en la tentación o en la obligación de impactar al espectador?

Cuando se prendieron las luces, Tito me dice “me gustó mucho la tensión del principio, no entiendo por qué hizo explotar la bomba, me hizo acordar a los de la Organización Negra, que te tiraban pedazos de hígado para que te conmovieras”.

Coincidimos.

Pero lo más interesante de la noche todavía no había sucedido.

Bajábamos en la mecánica escalera, le suena el celular a mi amigo y lo escucho decir “me voy a vivir a Alemania”. Cuando cortó le pregunté qué onda y me dijo que había tomado la decisión de irse a vivir con Karen, su amor de verano.

¿Cómo que te vas a vivir a Alemania, te volviste loco?

Estoy enamorado.

¿Te vas a vivir con ella?

Sí, decidimos vivir juntos.

¿Te casás con una alemana y te vas a vivir a Alemania?

Bueno, no nos casamos, en todo caso nos juntamos. Estoy estudiando alemán y cuando llegue le voy a dar al idioma 5 horas por día.

Si ella viviera en Berazategui, ¿te irías a vivir a su casa?

No.

¿Y entonces por qué te vas a vivir con ella?

¡Lo que pasa es que vos no creés en el amor!

¡Vos estas de la cabeza! ¿Por qué no te vas unos meses y luego te volvés y la pensás de nuevo?

Lo que pasa es que acá no tengo ningún reconocimiento con mi laburo y quiero intentarlo allá.

¡Pero si no te conoce nadie en Alemania!

Bueno tambien quiero recorrer y ver teatro en Europa…

¡No me chamuyes, Tito! Si para aprender el idioma vas a estar por lo menos 2 años...

Así estuvimos hasta las 6 de la mañana en La Academia.

Volviendo a casa en el 26 pensaba que a mí no me gusta que los amigos se vayan lejos.

¡Y yo la semana que viene vuelvo a Cabo Polonio!

Y me parece que con un cliente menos en la panadería.

6 comentarios:

Yo dijo...

me gusto tu reseña, a pesar de que criticas a la pelicula me quedaron ganas de verla,
y siempre es triste cuando se va lejos un amigo

L. F. dijo...

bien, wilinson!

Hernán dijo...

Está muy bien esa idea de la bomba que explota reemplazando la tensión por una sangre mermelada. Ahí está el problema. Cuando la tensión se deja de lado, nunca el reemplazo puede ser (o parecer, que en el cine es lo mismo) mermelada, porque entonces todo resulta en un fiasco y el espectador se da cuenta de la manipulación tan evidente de te-introduje-en-esto-para-esto-otro. Por eso pienso que La sangre brota no se parece en nada a Martel, nada a Scorsese ni a Alonso (ay Lerer, ¿en qué pensabas?); se parece a Géminis de Albertina Carri. La sangre que brota del beso de La sangre... (un beso bastante facho, si uno lo piensa dos veces) es una réplica del grito de Cristina Banegas sobre el final de la película de Carri. En ambos casos hay una fórmula y una idea demasiado digerida, para mi gusto, de un cine que quiere provocar con precisión (mala palabra) algo determinado (ay) en el espectador. O sea, la lógica aplicada al cine es una mierda.

Saludos.

Anónimo dijo...

Hernan resume en su comment lo que la nota no quiere dejar "explotar": que es mejor la supuesta tensión de un hachero cagando que la de un taxista explotando.
Lástima que hassta Van Sant explota. O por suerte, mas bien. Si no, todo el cine sería un tipo remontando un rio hacia ninguna parte. Solo, claro.

Silvina dijo...

El sonido de esta peli la hicieron dos profes mios de Sonido 1 de la UBA.

Espero verla pronto.

Slds.

a.r. dijo...

Al anónimo del 17/6 a las 18:01: lo que vos hacés es una traducción trivial de lo que dice el post: Villalobos dice que una explosión dramática a toda costa no necesariamente es buena, que muchas veces es mala y malogra lo que de bueno puede tener una película. Eso es lo que yo creo que pasa con La sangre brota, que el director privilegia el sensacionalismo por miedo al embole, se mueve por una idea superficial de lo que un espectador necesita, Fendrick piensa que el espectador necesita siempre que lo golpeen y para colmo él elige el golpe bajo. Eso no necesariamente impacta al espectador ni hace al drama más intenso. Como dice el post, una explosión artificiosa no es vista como sangre, sino como mermelada. En la película de Celina Murga no hay explosión y eso lleva a muchos conservadores a creer que no pasa nada, pero lo que pierde en sensacionalismo Una semana solos lo gana en realismo. El camino de Fendrick lleva a un efectismo sin retorno, que termina en Von Trier o en Gaspar Noe, o en tanto cine de efectos especiales y explosiones digitales. Es decir, un cine falso.
Eso no quiere decir que el único camino válido sea el de Lisandro Alonso, porque también está Lucrecia Martel, Celina Murga, Gus Van Sant, que no siempre explota y nunca explota de la manera burda de Fendrik... y tantos otros que no golpean bajo como en La sangre brota...