jueves, 9 de abril de 2009

Vardarohmer. Decepciones a la hora de la siesta.



por Steppendog

Les Plages d'Agnès, Agnès Varda: No podía creer que esa fuera mi adorada Varda, la de mis encendidos elogios de veinticinco años a esta parte.

Desde la maravillosa Cleo de 5 a 7 que me enamoró creía que para siempre… hasta ahora. Con esta autobiografía, (bueno, algunos aciertos tiene, hay que reconocer) mi maravillosa Agnes adoptaba desde mi mirada el subterfugio de los que envejeciendo ejecutan con cincel y martillo el panteón que contendrá para las generaciones futuras el producto de un inventario pródigo en semidioses, héroes, semihéroes y atletas varios a celebrar; recurso que no sería tan malo si no fuera que está en su mayor parte filmado al estilo de la venta telefónica; o de la palabra de Dios por el portero eléctrico a las tres de la mañana.

En el derrotero, este fiel admirador no deja de echar un manto de piedad a las abundantes manifestaciones a favor de su compañía productora -armada transpirando la camiseta- y a la inquietante desmesura expresiva para convencerme de que siempre fue una chica de barrio o de puerto que hasta tiene una calle con su nombre por iniciativa popular.

Pero al final… me aburre… me cansa de tan plástica, tan flexible, tan canchera, tan intelectual minimalista, tan abuela piola, tan mujer viajada sensible a los reportes de simetría de las musas.

Tan desesperada por estar que parece olvidarse de que fuimos a ver una película, y no a asistir a los fastos alambicados de su cumpleaños, vía satélite.

Les Amours d'Astrée et de Céladon, Eric Rohmer: Otra decepción pero más esperanzada es el de mi adorado Rohmer. ¡Y empieza tan bien! Basado en una obra de un ilustre fuera de serie que se despachó con más de cinco mil páginas para describir la misteriosa materia de los infinitos ectoplasmas del dios Amor.

Mi adorado Rohmer me señala desde los títulos que cambió la locación original de los amantes, alborotada de coníferas, por imperio de las papeleras -digo yo-, por otra con bosque más auténtico de la época pastoril. Y, por si fuera poco, mantendrá el espíritu cortesano dieciochesco original de la reescritura de Honoré Durfée sobre la despojada de ornamentos narración galo- romana. ¡Ese es mi Eric! -pensé yo- ¿con que se vendrá? ¿con esas escenografías de las que La Dama y el Duque sólo fueron un adelanto?

Pero no: un potaje rutinario.

Un caldero tiznado con maderas nobles e ingredientes de buena factura: la obra, los personajes. Y una película… que me hizo pensar en un Romer sin h. Es otro -me dije- ¿que está haciendo? Como cuando de niños jugábamos a montar a caballo sobre palos de escoba en el fondo de casa. Estaba bien, más que bien para nuestro sistema psicomotor de la infancia. O para el teatro off, que suele utilizarlo con despareja gracia. Pero en el cine… la verdad que…

Igual, ya lo perdoné. El abuelo quiso jugar un rato en el matorral del patio y tiene derecho.

Hasta no hace tanto estuvo haciendo una obra (la más, digo yo) magnífica.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Exelente!
H.

Anónimo dijo...

Protesto! por partida doble. Pero sobre todo por Varda. ya escribire mas al respecto...
Alejandro Ricagno

Mariana T. dijo...

Steppendog:
Yo adhiero a la protesta por estos dos grossos del cine de todas las épocas. Ahora mismo no tengo tiempo para hacer más comentarios, pero la verdad que la foto de tu post no podría haber sido más desafortunada... La verdad que es lo más anti rohmeriano (por lo menos)que pudiste encontar. ¿Esa era la idea? Con ese espíritu obviamente no te iban a gustar, tal vez, las obras póstumas de Varda y Rohmer.

Mariana T dijo...

A pesar que pasó un poquitico de tiempo para hacer este comment no quiero dejarlo pasar porque para mí rohmervarda fueron de lo mejor del Bafici.
En principio la película de Rohmer me pareció otra versión más de los habituales temas de él mismo. Esta vez a pesar de traspolar el cuento a la edad media, están allí sus tópicos: puesta minimalista, gran cantidad de exteriores, y las pequeñas grandes cosas que suceden en las realciones amorosas. Una deliciosa égloga, donde aparecen el humor, la ternura, la esencia del amor, la desconfianza y los peligros que puede generar. Si hay algo que amo de Rohmer es que sus personajes, jóvenes y hermosos siempre, pueden ser burgueses parisinos, campesinos mediavales, señoras y señores nobles, pero sus situaciones, salvando las distancias y contextos, pueden suceder en el Barrio Manuelita de San Miguel. En esta peli están los sellos rohmerianos: vida al aire libre, gente a la que le gusta hablar mucho, alguna cancioncilla cantada por ahí, una sensualidad púdica, que llega a delicado y ambiguo erotismo entre los bellos amantes.
La naturaleza a flor de piel le sienta bien al viejo director, mejor tal vez (como he oído por ahí) que con algunas otras de sus experiencias de reconstrucciones históricas.
Para mí no deja de ser Rohmer en estado puro. Sigue siendo siempre "el gusto por la belleza".
Con respecto a la película de Varda, ya desde el inicio, me ilusioné con su playa y sus espejos, que prometían imágenes a lo Magritte.
Reconozco que no vi muchas películas de ella, pero lo que vino después no me desepcionó. ¿Que cuenta su pasado y se engolocina con sus propios recuerdos? ¿Que muestra todas sus facetas de "artista prolífera y multifacética"? ¿Que muestra sus afectos, su intensa vida, su vitalidad de veinte años a sus ochenta? Salud Agnes! Quien pudiera hacer esa suerte de mágico testamento con tanta, tanta vitalidad.
Fui con un amigo que no es precisamente un cinéfilo y tenía miedo que me dijera que la peli era pesada y aburrida, pero le encantó la fuerza y creatividad de la mina. La Varda se entusiasmó tanto con su propio personaje que se deja llevar por él hasta invitarnos a su propio cumpleaños. Pues bien: feliz cumple y por otros ochenta más (como Fidel)