todos estamos igual

jueves, 14 de agosto de 2008

Takashi Miike: muy





Por Oscar A. Cuervo

Si hubiera que definir al cineasta Takashi Miike con una sola palabra yo elegiría el adverbio muy.
Miike es muy.

En sus 48 años de vida lleva hechas unas 80 películas y no hay señales de que vaya a parar. Debo haber visto apenas 10 de las 80, pero me bastó ver dos o tres para darme cuenta de que era muy.

Miento: la primera que vi fue Dead or Alive (la que vamos a proyectar este domingo a las 19:00 en al auditorio de La Tribu, Lambaré 873). La vi en el otoño del 2000, en el marco del Bafici, una trasnoche en el Cosmos. En el 2000 no estábamos aún muy avisados de las vertientes más extremas del cine oriental. La gimnasia del festival hace que uno vea 3, 4, 5 películas por día y que deje para última hora algo que pueda disfrutarse con cierto relax. Así que ahí fuimos a ver a este japonés que venía recomendándose boca a boca. La primera secuencia de Dead or Alive nos voló la cabeza. Me acuerdo del azoramiento del público que había asistido a esa trasnoche del Cosmos, de las ovaciones que remataban varias escenas y de la euforia más propia de un recital de rock con que se festejó su insólito final. Anoté en mi libretita: Takashi Miike: muy.

Así que no me perdí las otras que dieron ese año: La ciudad de las almas perdidas y... ¡Audition! No puedo decir el horror físico que me produjo ver Audition por primera vez, en una sala de cine y en una copia fílmica. Todavía conservo en mi cuerpo la huella de ese horror, no puedo pensar en algunos pasajes (más en sonidos que en imágenes, Miike demuestra que el máximo horror no hace necesario mostrarlo todo, sino apenas sugerirlo con un sonido) sin volver a sentirlo.

Con tres películas de Miike como esas uno ya sabe que es muy. Audition es muy distinta a Dead or Alive. A su vez, cada una de ellas plantea ciertos bruscos giros de tono: algo puede empezar como una comedia familiar, devenir en una animación con muñequitos de platilina, para después convertirse en un horror absoluto o en un musical. En sus mejores películas esos giros funcionan perfectamente y uno va acelerando sus pulsaciones a medida que se va dando cuenta de que con Miike no hay a qué atenerse y que el próximo minuto puede ser fatal. Films como Audition, Dead or Alive o La felicidad de los Katakouris llevan a pensar que se trata de un genio desatado, un tipo muy pero muy.

Entonces uno va feliz al encuentro de una película de Miike, pero además sabe que el japonés filma muy mucho, tal vez demasiado, 4, 5, 6 películas por año. Y entonces uno descubre que Miike también hace películas malas: muy malas. El aburrimiento puede ser enorme, lo que otras veces funcionaba perfecto acá no anda ni para atrás ni para adelante. Y hay otras que no son ni geniales ni pésimas, sino de reputación dudosa: algo que parece venirse desbarrancando de pronto remata en una escena absolutamente delirante: Gozu. Una comedia para lucimiento de un grupo teen pop (a la manera de Rebelde Way) puede desembocar de un momento a otro en alguna bizarrería o mantenerse siempre al borde del ridículo (Andromedia). Una especie de reality-show familiar puede ser la versión siglo XXI de Teorema de Pasolini (Visitor Q). La típica historia de un adolescente apocado que esconde dentro suyo a un oscuro super-héroe puede contener derrames de violencia intolerable: Ichi the Killer. Y así sucesivamente.

El carácter de su cine contrasta fuertemente conel de otros realizadores que provienen del lejano oriente y que solemos programar en los ciclos de La otra. Nada que ver con Hou Hisao Hsien, con Jia Zhang-ke o Hong Sang-soo. No juega en ese borde indecidible entre el documental y la ficción, no apuesta al plano secuencia de larga duración, no se detiene en la contemplación. Podría decirse que hace cine de género, pero esa es una caracterización muy engañosa. Porque si los otros directores que solemos ver (Tsai, Van Sant, Apichatpong, Guerín) desectructuran la puesta en escena clásica para tratar de hacernos ver y oir por primera vez, como si nunca hubiésemos visto una película, Miike agarra para el lado contrario: juega dentro de los géneros, pero satura sus mecanismos hasta hacerlos implotar.

Lo que vamos a ver este domingo en la Tribu es para mí una de las cinco grandes películas suyas que lo ubicarían entre los mejores, aunque no hubiese hecho las 65 restantes.

Dead o alive, una película muy.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De todas me quedo con La felicidad de los Katakuris: una película desenfrenada, alucinada. Las partes musicales no se van de la memoria fácilmente.
E.B.

F. dijo...

Yo voy.